1. La literatura del siglo
XVIII. Ensayo y teatro.
En el plano cultural, el movimiento
más destacado del siglo XVIII en Europa fue la Ilustración, que supuso un
cambio en la concepción del mundo basado en la importancia de la razón como
base fundamental del conocimiento humano. En España, la difusión del
pensamiento ilustrado se vio favorecida por la llegada de la dinastía
borbónica. Durante este periodo, fue también especialmente intensa la actividad
científica, y destaca la creación de instituciones culturales, como la
Biblioteca Nacional o la Real Academia Española.
Son tres las etapas que podemos distinguir en la literatura del siglo XVIII. La
primera llega hasta mediados del siglo y se caracteriza por la lucha
contra el Barroco y la toma de contacto con el Clasicismo francés. La actividad
dominante es la crítica, por lo que apenas se cultiva la literatura creativa, y
el ensayo y la sátira son los géneros que más interesan. En segundo lugar está
el Neoclasicismo, que llega a finales de siglo y en el que imperan los
preceptos que codificó Boileau en su “Arte poética”. Triunfa la regla de las
tres unidades en el teatro. Finalmente, destaca el Prerromanticismo, que
tiene lugar en las últimas décadas del siglo XVIII, en las que se produce una
reacción sentimental proveniente de Inglaterra que desencadena el gusto por
temas emotivos, nocturnos y lacrimosos que preludian el Romanticismo del siglo
XIX.
El ensayo fue la vía por la que numerosos intelectuales del siglo
XVIII intentaron difundir las nuevas ideas y conocimientos de la época,
empleando un estilo ameno, claro y muy cuidadoso con el lenguaje. Los
ensayistas más influentes fueron: Feijoo, Jovellanos, Luzán y Cadalso. Feijoo,
uno de los primeros ensayistas españoles, escribió obras como “Teatro
crítico universal” o “Cartas eruditas y curiosas”, donde defiende la
superación de las supersticiones y las falsas creencias a través del empleo de
la razón y utiliza un estilo claro. Jovellanos, impulsor del
pensamiento y las reformas ilustradas en España, es autor de “Informe sobre
la ley Agraria”, donde analiza las causas del retraso de la agricultura
española, y de “Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas”, en
la que defiende el teatro neoclásico y critica las corridas de toros, siendo su
estilo sencillo, claro y elegante. Luzán, por su parte, defendió
en su obra “Poética” el empleo de normas racionalistas que facilitasen
la creación artística y aumentasen su calidad. El último, Cadalso recoge
también en su obra los temas propios del movimiento ilustrado, como son la
intención moralizante, la importancia de la educación o la crítica a ciertas
costumbres de la época. Entre sus obras destacan: “Los eruditos a la violeta”,
“Noches lúgubres” y “Cartas marruecas”, obra compuesta por
noventa cartas que integran la narración de viajes y la reflexión ensayística
sobre la realidad de España, en la que utiliza un estilo con un lenguaje
natural y afectivo, en el que también aparece la ironía y el tono poético. Los
personajes de la obra son tres: Nuño (cristiano español que expone el
pensamiento de Cadalso), Gazel (musulmán marroquí que recorre España) y Ben-Beley
(maestro de Gazel).
En el teatro español de comienzos del siglo XVIII, predominan las formas
heredadas del modelo de Lope de Vega, con lo que es visto como un espectáculo
para el entretenimiento. Durante este periodo, destacaron cuatro tipos de
obras: comedias de magia (su representación era espectacular), comedias
heroico-militares (evocaban glorias militares y ambientes exóticos), comedias
de santos (sobre vidas de santos) y comedias de figurón (se
caricaturiza a un personaje exagerando alguno de sus rasgos). Los autores más
destacados fueron Antonio de Zamora y José de Cañizares.
Posteriormente, durante mediados de siglo, los intelectuales pretendieron
conseguir un teatro racional y educativo que censurase costumbres viciadas y
propusiese modelos morales de conducta. Las piezas que surgieron se
caracterizaron por la clara separación entre tragedia y comedia, el respeto
a las tres unidades y la utilidad didáctica. Destacan dos tipos: tragedias
(trataban de transmitir un ideal ético en defensa de la libertad y los temas
más frecuentes eran temas burgueses, siendo una obra destacada “Raquel”,
de García de la Huerta) y comedias (sobresalieron Tomás de
Iriarte con “El señorito mimado”, cuyos personajes son víctimas de
la mala educación, y Leandro Fernández de Moratín con “El sí de las
niñas”, obra de estilo sencillo, con diálogos ágiles y una importante
sátira de las costumbres de la época). Sin embargo, el teatro mayoritario
siguió siendo el popular, destacando los sainetes de Ramón de la Cruz (“El
petimetre” o “Manolo”). Por último, a finales de siglo hubo un
acercamiento entre los gustos mayoritarios y las propuestas neoclásicas,
gracias a la aparición de la “comedia sentimental”. En este tipo de
obras se apela directamente al sentimiento para provocar la identificación del
espectador con el tema. Los ilustrados apoyaron este género por su fin moral, y
destacaron obras como “El delincuente honrado”, de Jovellanos, y “La
señorita mal criada”, de Iriarte.
2. El Romanticismo
literario del siglo XIX.
Este movimiento de mediados
del siglo XIX tuvo su origen en la escuela alemana “Sturm und Drang”,
introduciéndose en España progresivamente en diferentes etapas: la primera
tiene una visión más conservadora, la segunda es de corte liberalista, y la
última es más intimista. Las características del Romanticismo son: la subjetividad
e individualismo, la naturaleza (constituye el reflejo subjetivo del
estado de ánimo del autor), la vuelta al pasado, la ruptura con el
mundo cotidiano (hay un gusto excesivo por lo sobrenatural) y el nacionalismo.
Entre los temas del Romanticismo destacan: historia, amor,
pasión (destaca la sumisión ante este sentimiento perturbador), vida
(la existencia como un camino ingrato), muerte (anhelo del final de la
vida como liberación) y destino (resignación frente al sentimiento cruel
y trágico de la vida). Del estilo romántico destacan estas
características: abundancia de adjetivos, uso de palabras cultas y
populares, búsqueda y uso de la función expresiva y empleo de
recursos literarios.
La poesía romántica tiene estas características: se liberó
de la rigidez neoclásica para buscar nuevas formas de expresión y mantuvo los
temas característicos del amor y la libertad; el lenguaje simbólico
(a través de la naturaleza); la polimetría. Destacaron dos tipos de
poesía: la poesía lírica y la poesía narrativa. La poesía
lírica gozó de gran aceptación, ya que expresaba el subjetivismo del autor.
Destacan dos etapas: primera mitad del siglo XIX (temas patrióticos y
sociales) y segunda mitad del siglo XIX (se vuelva más intimista). En la
primera mitad destacó José de Espronceda que destaca por una poesía de gran
variedad temática: protesta social (“El verdugo”), juventud perdida y el desengaño vital
(“A Jarifa en una orgía”), y cantos políticos (“El canto del
cosaco”). Su estilo se caracterizó por la riqueza adjetival,
las frecuentes preguntas retóricas y el léxico sensual y evocador.
Sus obras más destacadas fueron: “Canción del pirata”, “El
estudiante de Salamanca” y “El diablo mundo” (con el “Canto a Teresa”).
En la segunda mitad de siglo destacaron Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía
de Castro. La obra principal del primero son las “Rimas”, que se dividen
en 79 poemas caracterizados por: su sencillez; una gran perfección
formal; un vocabulario con referencias a la naturaleza, el amor y la
música; y una preferencia por la asonancia. La obra de Rosalía de
Castro está dominada por un tono sensible y directo, destacando
realizaciones como “Cantares galegos” y “En las orillas del Sar”.
En cuanto a la poesía narrativa, diremos que su máximo apogeo fue en la
primera mitad del siglo XIX y que destacan estos tipos de composiciones: poema
narrativo extenso (con poema histórico y filosófico) y poema
narrativo breve (con romance y leyenda).
En la prosa romántica destacan dos tipos de obras: la novela histórica
y el cuadro de costumbres. La novela histórica buscaba revivir épocas
pasadas y su trama recurría permanentemente al héroe ficticio. Siguiendo el
ejemplo de Walter Scott, en España se escribieron obras como “El doncel de
don Enrique el Doliente”, de Mariano José de Larra, o “El
castellano de Cuéllar”, de José de Espronceda. Por otra parte, sobre
el cuadro de costumbres podemos decir que se define como la escena en la que se
detalla el habla y las costumbres de las clases más bajas, existiendo en él
generalmente un tono humorístico y un fin moralizante. Destacan tres
tendencias: el costumbrismo puro (predomina la ironía), el costumbrismo
satírico (crítica mordaz) y el costumbrismo político (refleja ideas
políticas o sociales). El principal autor costumbrista es Mariano José de
Larra, cuyos artículos siguen habitualmente el mismo esquema con la intención
de denunciar actitudes o costumbres. Larra utiliza la ironía y la
parodia con la finalidad de instruir. También de él destaca un estilo
especialmente cuidado y un uso de neologismos y de un lenguaje
claro y directo. Podemos clasificar sus artículos en tres grupos: artículos
de costumbres (destacando “Vuelva usted mañana”), artículos
políticos (criticó tanto a absolutistas como a liberales) y artículos
literarios.
El teatro romántico renovó el ambiente teatral del momento, siendo sus
características las siguientes: varía el número de actos, libertad
en la creación, lenguaje cercano, escenografía (adquiere gran
relevancia), ruptura de la regla de las tres unidades y personajes
(se recurre a patrones fijos como el héroe, el antihéroe o la dama). El teatro
romántico gira alrededor de estos temas: el amor (idealizado e
inalcanzable), el destino y la fatalidad, la venganza (hay una
respuesta violenta a las normas establecidas), y lo sobrenatural. Los
dramas más representativos del Romanticismo fueron: “Don Álvaro o la fuerza
del sino”, del Duque de Rivas (los rasgos más característicos de su estilo
son la mezcla de lo trágico y lo cómico, la mezcla del verso y la prosa, y el
lenguaje retórico y elevado en contraposición al habla popular de las escenas
costumbristas); “Don Juan Tenorio”, de José Zorrilla (escribe la
mencionada obra en verso, utilizando romances, quintillas, frecuentes
ripios, rima fácil y un lenguaje que mantiene el estilo romántico); “La
conjura de Venecia”, de Martínez de la Rosa; “El trovador”,
de Antonio García Gutiérrez; y “Los amantes de Teruel”, de Juan
Eugenio de Hartzenbusch.
3. La novela realista y naturalista
del siglo XIX.
El Realismo surgió en
Europa en el siglo XIX, defendiendo la representación de la realidad de una
forma verdadera y lo más exacta posible.
La novela es sin duda el género literario más cultivado del Realismo,
ya que se consideraba la mejor forma de describir la realidad. Las características
de la novela son: la verosimilitud (la historia narrada debe ser
creíble), los personajes reales (los personajes se extraen directamente
de la vida cotidiana, analizándose en profundidad sus personalidades), la temática
social (suele reproducir los conflictos de la sociedad del momento), el marco
temporal (se suele utilizar la técnica de “in media res”, que consiste en
comenzar el relato de los hechos cuando la historia ya ha empezado), el marco
espacial (se describen los espacios minuciosamente) y el estilo (se
caracteriza por la abundante presencia de contrastes, los diálogos ágiles y la
combinación de narradores en primera y tercera persona). Dentro de la novela
realista, es digna de resaltar la novela costumbrista, considerada como
elemento de transición entre el Romanticismo y el Realismo. Esta se caracteriza
por: la presentación de personajes e ideas idealizadas, el gusto
por lo local y lo pintoresco, y el uso de un lenguaje cotidiano.
Entre los novelistas
españoles del Realismo, podemos destacar a: Valera, Alarcón, Caballero,
Pereda, Galdós y “Clarín”. En Juan Valera destaca el análisis
psicológico de sus personajes, especialmente de los femeninos. Entre sus obras
sobresalen “Pepita Jiménez” y “Juanita la Larga”. Pedro
Antonio de Alarcón es de origen romántico y se incorporó tardíamente al
Realismo, destacando de él “El sombrero de tres picos”. Las obras de Fernán
Caballero están todavía a caballo entre el Romanticismo y el Realismo,
sobresaliendo entre ellas “La gaviota”. La producción de José María
de Pereda evolucionó del costumbrismo de obras como “Escenas montañesas”,
al realismo de sus novelas regionales como “Peñas arriba”, escribiendo
también novelas de tesis (“De tal palo, tal astilla”). Con respecto a Benito
Pérez Galdós, podemos decir que las características de su obra son: un variado
abanico narrativo (destacando temas como: la crítica social, el análisis
político del momento, y la religión y el clero), los retratos
psicológicos de sus personajes y un estilo caracterizado por la
magistral descripción de ambientes, la exhaustiva documentación, el lenguaje
ágil y expresivo, y el humor y la ironía. Entre las obras de Galdós destacaron
los “Episodios nacionales” (cuarenta y seis novelas cortas que
constituyen una semblanza novelada del siglo XIX) y novelas de diverso
tipo: novelas de la primera época (tiene una gran carga política aunque,
destacando “Doña Perfecta”), novelas contemporáneas (contiene un
genial retrato de la sociedad madrileña, y destaca “Fortunata y Jacinta”)
y novelas espirituales (incluyen valores cristianos, como el amor y la
caridad, y destaca “Misericordia”). Por último, sobresale Leopoldo
Alas (“Clarín”), cuya extensa obra se compone únicamente de dos novelas:
“Su único hijo” y “La Regenta”. Esta última gira en torno al tema
del adulterio, contando con más de un
centenar de personajes (como Ana Ozores y Don Fermín) que pueblan la ciudad de
Vetusta (Oviedo) y representan todos los estamentos sociales. “Clarín” también
sobresale por sus cuentos (como “¡Adiós, Cordera!” o “Pipá”),
en los que se pueden distinguir dos tendencias: una inicial en la que predomina
un enfoque crítico y burlesco, y otra, más madura, llena de sensibilidad y
ternura.
El Naturalismo surgió a raíz del auge de los avances científicos,
defendiendo que el ser humano está determinado por las leyes de la herencia
biológica, el medio social y el momento histórico. Zola está considerado
como el mayor teórico de esta tendencia, pues expuso los principios del Naturalismo en su
obra “La novela experimental”. El Naturalismo propugnaba que la
literatura no debía limitarse a observar y reflejar la realidad, sino que debía
interpretar los diferentes hechos cotidianos. Las características
de este movimiento son: el análisis de la realidad (se centra
especialmente en aquellas realidades más desagradables o problemáticas), la búsqueda
de la raíz del problema (proponen las posibles causas que provocan los
males descritos en sus obras, como la herencia familiar o el medio social), el intento
de encontrar soluciones (pretenden remediar estas situaciones desfavorables
mediante alternativas educativas) y el acercamiento de la literatura a
conceptos y preceptos científicos (existe un afán por estudiar al ser
humano, por lo que predominan los textos expositivos y descriptivos). Dentro de
los autores naturalistas españoles destacan Emilia Pardo Bazán y Vicente
Blasco Ibáñez. Las obras más importantes de la primera son “La tribuna”
y “La cuestión palpitante”, en las que se reflejan ambientes decadentes
y desarraigados. Aunque su obra más relevante es “Los pazos de Ulloa”.
Con respecto a Vicente Blasco Ibáñez, diremos que fue un magnífico autor
en la descripción de paisajes y que de él destacan obras como “La barraca”
o “Cañas y barro”.
4. El Modernismo y la
Generación del 98.
El Modernismo nace en
Hispanoamérica a finales del siglo XIX y se desarrolla a lo largo de la primera
década del siglo XX. Resaltan como temas: la evasión, la sensualidad
y el erotismo, la mitología, la mujer y el cosmopolitismo.
Se utiliza un estilo caracterizado por: el léxico elevado, la sintaxis
impresionista, las sinestesias, el empleo de símbolos y el uso de diferentes formas métricas.
En la poesía Modernista destacan: Rubén
Darío (del que destacan “Prosas profanas”, “Cantos de vida y
esperanza” y “Azul”), Manuel Machado (autor de “Alma”
y “Cante jondo”) y Juan Ramón Jiménez (del que destacan “Almas de
violeta”, “Estío”, “Diario de un poeta recién casado”, “La
estación total” y “Platero y yo”, obra perteneciente a la prosa poética). En
la novela modernista se produce la
irrupción del subjetivismo y la preocupación artística, destacando “Las
sonatas” de Valle-Inclán y “Cuentos” de Rubén Darío. El
teatro modernista se caracteriza
por: el antirrealismo; el teatro en verso como aquel que fue más
cultivado; el hecho de que fue resultado de la salvación de mitos nacionales;
el cultivo del teatro histórico; la ideología tradicionalista; y el
hecho de que la acción se sitúa en tiempos remotos o en lugares lejanos y
exóticos. Entre los autores dramáticos más destacados sobresalen: Marquina
con “Las hijas del Cid”; los hermanos Machado con “La Lola se
va a los puertos”; y Pemán con “El divino impaciente”.
La generación del 98 está formada por un grupo de autores a los que
les une la crítica a la decadencia española por la pérdida de las últimas
colonias en 1898. En poesía, los
autores del 98 participan en su renovación, afirmando que lo importante en
la poesía es el contenido y no tanto la forma. Entre los principales autores
de poesía destacan: Antonio Machado (con “Soledades, galerías y otros
poemas”, “Campos de Castilla” y “Nuevas canciones”) y Unamuno
(con “El Cristo de Velázquez”).
La novela del 98 se caracteriza por: la angustia filosófica; la
desaparición los aspectos del Realismo; la estructuración alrededor
de un personaje; la sustitución de incidentes por diálogos; los héroes
son casi trágicos, analíticos y conscientes; y la aparición de la preocupación
por España. En el estilo predomina la estética antirretórica.
Los novelistas más destacados son: Baroja, Unamuno, Valle-Inclán y “Azorín”. La
obra de Baroja se caracteriza por: la desconfianza en el ser humano
y la influencia de las corrientes filosóficas europeas. Sus
principales obras son: “El árbol de la ciencia”, “Zalacaín el
aventurero” y “La busca”. Unamuno, por su parte, denominó a
sus novelas nivolas, siendo sus rasgos más característicos: los personajes
denominados “agonistas”, el escaso interés hacia el marco espacial y
temporal, y la importancia de los diálogos. Destacan sus obras “Niebla”
y “San Manuel Bueno, mártir”. En cuanto a la obra de Valle-Inclán,
podemos decir que se divide en estas etapas: etapa de las sonatas (su estilo
es sensorial y refinado y destaca “Sonatas”), etapa entre las
“Sonatas” y los esperpentos (llena sus novelas de ambientes rurales y
fuertes contrastes, destacando “La guerra carlista”) y etapa
esperpéntica (destaca “Tirano Banderas”). Por último, la obra de “Azorín”
se caracteriza por: la trama ligera y sencilla; el carácter
autobiográfico; la oposición a la religión; y el paso del tiempo
y fugacidad de la vida. Destacan sus obras “La voluntad” y “Doña
Inés”.
Las obras teatrales de la generación del 98 quisieron influir en la sociedad
para intentar cambiarla, pero fracasaron (excepto Valle-Inclán) por hacer un
teatro excesivamente filosófico. Los autores principales son: Unamuno (que
escribió un teatro de ideas, destacando “Fedra” y “El otro”), “Azorín”
(escribió un teatro alejado del realismo, sobresaliendo sus obras “Angelita”
y “Lo invisible”) y Valle-Inclán (en cuya obra se diferencian
varias etapas: teatro poético, con “El marqués de Bradomín”; teatro
de ambiente rural y mítico, con “Divinas palabras”; farsas,
con “Tablado de marionetas para educación de príncipes”); y esperpentos,
que constituyen la deformación grotesca de personajes, situaciones y ambientes,
destacando “Luces de bohemia” y “Martes de carnaval”). Con
respecto al ensayo, diremos que se
convirtió en uno de los géneros más apreciados por la generación del 98. La temática
del ensayo tuvo un denominador común: la situación de España,
abarcándose también temas como el amor a Castilla o el sentido de la
vida. Destacan tres ensayistas: Unamuno, “Azorín” y Machado. En sus
ensayos, Unamuno muestra su preocupación por España y lo que él llama
intrahistoria. Entre sus reflexiones, en las que aparecen los temas de
Dios y la muerte, destacan obras como “Vida de don Quijote y Sancho”
o “Del sentimiento trágico de la vida”. “Azorín”, por su parte,
destaca por dos ensayos: “Ensayos de un pequeño filósofo” (trilogía
compuesta por “Los pueblos”, “La ruta de don Quijote” y “Castilla”)
y “Ensayos de crítica literaria”. Destacar por último a Machado,
con su ensayo “Juan de Mairena”.
5. El Novecentismo y las
Vanguardias.
El Novecentismo comenzó en
la primera década del siglo XX, alcanzó su máxima afirmación hacia 1914 finalizó
en torno a 1930. En esta corriente se buscó la plasmación de un nuevo espíritu
y una nueva sensibilidad.
Podemos distinguir dos etapas dentro
de la novela novecentista: etapa
realista y etapa vanguardista. La etapa realista se caracterizó por: las
tramas complejas; las descripciones; la utilización del diálogo
para dar consistencia a las composiciones; el suspense; los ambientes
típicos; y los asuntos amorosos. Los autores más destacados de este
periodo fueron: Concha Espina (con “La esfinge maragata”); Ricardo
León (con “Casta de hidalgos”); Soler; y Ledesma. Con
respecto a la etapa vanguardista, diremos que en ella surgieron obras
donde empiezan a aparecer modos narrativos innovadores, caracterizándose por:
la superación del realismo; la utilización de la perspectiva; el humor
evasivo; la huida del sentimentalismo; la preocupación por la lengua;
y la pulcritud. Como autores más destacados podemos señalar a: Pérez
de Ayala (su obra se divide en varias etapas: novelas autobiográficas, como
“La pata de la raposa”; novelas líricas, como “La caída de los
limones”; y novelas intelectuales, como “Belarmino y Apolonio”); Gabriel
Miró (autor consagrado por novelas líricas y formalistas, como “Nuestro
padre san Daniel” y “El obispo leproso”, y el relato breve “El libro
de Sigüenza”); y Gómez de la Serna (este escribió: novelas, como “El
incongruente” y “El doctor inverosímil”; biografías, como “Automoribundia”;
y greguerías, frases breves en las que el autor reinterpreta la realidad a
través de asociaciones de palabras). En el Novecentismo, el teatro no triunfó, ya que las obras
estaban hechas más para la lectura que para la representación. Como obras más
representativas sobresale el denso y culto teatro de Grau (con “El
señor de Pigmalión”), y las complicadas obras de Gómez de la Serna
(como “La utopía” y “El laberinto”).
El ensayo sirvió a los autores novecentistas para defender el valor de
la inteligencia y de la disciplina en el trabajo, destacando Ortega y Gasset y Eugenio
d’Ors. En su obra, Ortega y Gasset aborda temas sociológicos,
filosóficos, históricos y literarios, defendiendo la preponderancia de la
emoción estética sobre la emoción humana, es decir, defendía la
“deshumanización” del arte. Entre sus obras destacaron: “La España
invertebrada”, “La rebelión de las masas” y “La deshumanización
del arte” (engloba las características de todas las nuevas tendencias). Con
respecto a Eugenio d’Ors, diremos que creó un ensayo propio conocido
como “glosa”, la cual era un pequeño comentario en el que el autor comprobaba
el ambiente cultural y político de la época, destacando “La bien plantada”
y “Tres horas en el Museo del Prado”. El mayor representante de la poesía novecentista fue Juan Ramón
Jiménez, cuya obra podemos dividir en tres etapas: sensitiva (destaca “Almas
de violeta”, que insinúa rasgos de la poesía posterior del autor), afán
de conocimiento de la realidad (destacan “Estío” y “Diario de un
poeta recién casado”) y necesidad de conciencia interior (sobresale “La estación total”). Este autor
escribió también prosa poética, destacando su obra “Platero y yo”.
En los primeros años del siglo
XX, surgen en Europa los “movimientos de
vanguardia”, caracterizados por: el rechazo
ante las manifestaciones artísticas anteriores; la creatividad y la
originalidad como prioridades; la experimentación; la irracionalidad;
el elitismo (seguimiento minoritario de un público selecto); la rebeldía
y la provocación; y la intención lúdica (afán del arte por el arte).
En Europa los movimientos de
vanguardia más destacados son: el futurismo (fundado por Marinetti y basado en
la destrucción de la sintaxis y la omisión de puntación e imágenes
convencionales), el dadaísmo (fundado por Tristan Tzara y caracterizado por el
nihilismo), el cubismo (cuyo principal representante fue Apollinaire y que
buscaba representar la realidad desde varios puntos de vista a la vez), el
expresionismo (buscó ahondar en el interior de las cosas para encontrar los
rasgos más importantes de lo que se quiere reflejar, obteniéndose imágenes
grotescas y deformes) y el surrealismo (fue ideado por André Breton, se
caracterizó por el interés por el subconsciente y bebió del dadaísmo y del
psicoanálisis).
España
recibió también de forma rápida los movimientos de vanguardia caracterizándose las
vanguardias hispánicas por: la conciencia artística plena (se mantuvo
una actitud menos radical y doctrinaria); la influencia selectiva de las
vanguardias; y la aceptación del pasado. En las vanguardias
hispánicas destacaron dos corrientes: el ultraísmo y el creacionismo. El ultraísmo
se caracterizó por: las fuentes diversas (incorpora elementos de
diversas vanguardias); el arte efímero (no buscaron una arte que
cambiara la vida o la sociedad); y la ausencia sentimental. Como
principal representante destacó Gerardo Diego. Con respecto al
creacionismo, diremos que se asentó en la literatura hispánica gracias a varios
poetas (como Vicente Huidobro, su creador, y Gerardo Diego),
caracterizándose por buscar: un arte nuevo (basado en el rechazo a la
limitación de la realidad); un poeta-dios (el poeta creacionista no
imita la realidad, sino que la crea); y un lenguaje poético (el poeta
inventa nuevas imágenes y relaciones).
6. La poesía de la
Generación del 27.
Se puede hablar de generación
del 27 para referirse a un grupo muy amplio de escritores que comparten los
requisitos de Petersen. La unión de estos escritores comenzó en los años veinte
y se disolvió en 1936, tras la Guerra Civil. Este grupo atravesó cuatro etapas:
etapa de influencia vanguardista junto al neopopularismo de Lorca,
Alberti y Cernuda; etapa de neogongorismo; etapa de influencia
surrealista; y etapa de trayectorias individuales a partir de 1936.
Las características generales
de la poesía de la generación del 27
fueron las siguientes: la renovación de la poesía; la admiración
hacia Góngora y otros clásicos; el contraste entre antigüedad y
modernidad, y entre universalidad y nacionalidad; la revolución de la
poesía popular; y la revalorización del romance y otras estrofas
tradicionales. En la obra de los autores del 27, destaca la influencia
del surrealismo francés de Paul Valery y la literatura
hispanoamericana de autores como César Vallejo y Pablo Neruda. Dichas
influencias se notaron especialmente en la creación de imágenes y metáforas
referidas a lo irreal, el subconsciente y lo onírico, sin ser los mundos
alejados de la realidad un fin en sí mismos, sino un medio. Los temas
más frecuentes de esta poesía son la ciudad, la naturaleza y el amor. En
cuanto al estilo, señalaremos lo siguiente: existe un repertorio
variado en cuanto a la métrica; utilizan estrofas tradicionales,
tanto cultas como populares; y experimentan con el verso libre, el verso
blanco y el versículo.
Los autores más destacados de la poesía de la generación del 27 son:
Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Rafael
Alberti, Federico García Lorca y Luis Cernuda. La obra de Salinas se divide en tres etapas: primera (destacan “Presagios”
y “Seguro azar”), segunda (sobresalen “La voz a ti debida” y “Razón
de amor”) y tercera (tras la guerra, su poesía se tiñó de dramatismo y
dolor, destacando por “El contemplado”). Su estilo se caracteriza por la
búsqueda de la esencia de la vida y de la belleza formal, y el lenguaje poético
aparentemente sencillo. Guillén
es el poeta más puro e intelectual del grupo. Entre sus obras destacan: “Cántico”
(libro que muestra de forma clara y desbordante la alegría del hecho de vivir),
“Clamor” (obra formada por tres libros, “Maremágnum”, “Que van
a dar en la mar” y “A la altura de las circunstancias”, en los que
utiliza un tono negativo) y “Homenaje”. Guillén utiliza una forma de
expresión muy elaborada y, en métrica, medidas cortas y estrofas clásicas. La
obra poética de Gerardo Diego
es difícil de clasificar debido a su eclecticismo, pudiendo diferenciarse dos
etapas: poesía relativa (destacan “Sonetos a Violante” y “Versos
humanos”) y poesía de vanguardia (destacan “Imagen” y “Manual de
espumas”, obras cercanas al creacionismo). En su estilo, utiliza varios
registros, combinando las técnicas de vanguardia y las formas más
tradicionales. Vicente Aleixandre
ganó el Premio Nobel de Literatura en 1977. Su visión del mundo se apoyaba en
los pilares del amor, la naturaleza y la muerte, destacando en su obra tres
etapas: primera (destacan “Ámbito”, “Pasión por la tierra” y “La
destrucción o el amor”), segunda (sobresale “Historia del corazón”)
y tercera (destaca “Poemas de la consumación”). Su estilo se caracteriza
por: el uso de metáforas innovadoras; el gran cuidado en el empleo del léxico,
los paralelismos y las anáforas; y el predominio del verso libre. La poética de
Alberti gira alrededor del
paraíso soñado representado en el mar, el amor, el dolor o el destino. Destacan
sus obras: “Marinero en tierra” (expresa la profunda nostalgia por el
mar de su Cádiz natal), “Cal y canto” (se aprecia la influencia vanguardista
y el lenguaje culto y barroco propio de Góngora), “Sobre los ángeles”
(se centra en temas como el amor, la ira, el fracaso o el desconcierto), “El
poeta en la calle” y “De un momento a otro” (ambas obras pertenecen
a la poesía social, en la que el autor se revela como poeta revolucionario). Su
obra se caracteriza por la amplísima variedad de estilos y temas, así como por
el uso de anáforas, del verso libre y de imágenes surrealistas. Los temas
predominantes en la poesía de Lorca
son la muerte ineludible y el amor como frustración, que desembocan
frecuentemente en tragedia. En su obra destacan dos etapas: primera (destacan:
“Libro de poemas”; “Poema del cante jondo”; y “Romancero
gitano”) y segunda (en la que destacan: “Poeta en Nueva York”, obra
en la que cambia de estilo, decantándose por la conciencia social, la
influencia surrealista y el uso de imágenes cercanas al movimiento; “Diván
del Tamarit”; y “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”). En su estilo
destaca: la fusión de lo culto y lo popular; los símbolos; el uso de imágenes
nuevas con influencias vanguardistas; y la combinación de romances y
estribillos con estrofas clásicas o incluso el versículo. Por último, sobresale
Luis Cernuda, cuya obra se
divide en estas etapas: etapa sevillana (destacan “Perfil del aire” y “Égloga,
elegía, oda”); etapa madrileña (sobresalen “Los placeres prohibidos”,
“Donde habite el olvido” y “La realidad y el deseo”) y etapa en
el exilio (destaca “Con las horas contadas”). El estilo de sus
realizaciones se caracteriza por: la expresión de su insatisfacción vital; el
predominio de la soledad, el paso del tiempo y el amor como experiencia
jubilosa o dolorosa; la utilización del verso libre combinado con estrofas
tradicionales; y el empleo de símbolos e imágenes.
7. El teatro anterior a
1939. Tendencias, autores y obras principales.
El teatro del primer tercio del siglo se reparte en dos frentes:
teatro que triunfa y teatro innovador.
El teatro que triunfa está englobado dentro del teatro comercial y en
él destacan tres tendencias: la comedia burguesa; el teatro modernista
en verso o poético; y el teatro cómico. La comedia burguesa, costumbrista o
benaventina se dirige a la burguesía, siendo una nueva forma de teatro
realista, en el que se realiza una crónica dramática de pequeños vicios y
virtudes, y en la que aparece una crítica superficial. El principal
representante de la comedia burguesa fue Jacinto Benavente, cuyas obras
se mantienen en la línea de la llamada “comedia de salón”, a excepción de su
obra maestra: “Los intereses creados”, que encierra una descarada visión
de los ideales burgueses. Este autor también intentó el drama rural, con “Señora
ama” y “La Malquerida”, pero no acertó a encontrar un lenguaje rural
y, a la vez, poético. Respecto al teatro modernista, diremos que este se
caracterizó por: el antirrealismo; el cultivo del teatro en verso;
el hecho de que fue resultado de la salvación y el rescate de mitos
nacionales; el cultivo del teatro histórico; la presencia de ideología
tradicionalista; y el hecho de que la acción se sitúa en tiempos remotos
y en lugares lejanos y exóticos. Entre los autores dramáticos más
destacados sobresalen: Marquina con “Las hijas del Cid”; los hermanos
Machado con “La Lola se va a los puertos”; y Pemán con “El divino
impaciente”. Por otro lado, con respecto al teatro cómico, diremos
que su finalidad básica era el entretenimiento del público. En él,
sobresalen dos géneros (la comedia costumbrista y el sainete) y los temas
y ambientes que aparecen son castizos. Dentro de este teatro destacó el
género llamado astracán, creado por Muñoz Seca y consistente en una
comedia de acción disparatada. Los autores y obras más destacados
fueron: los hermanos Álvarez Quintero (que llevan a escena una Andalucía
tópica, con obras como “Las de Caín”); Carlos Arniches (que
destacó por los sainetes de ambiente madrileño, como “El santo de la Isidra”,
y por la tragedia grotesca, como “La señorita de Trevélez”); Pedro
Muñoz Seca (que creó el astracán, género cómico de acción disparatada,
destacando “La venganza de Don Mendo”); Enrique Jardiel Poncela (autor
de “Amor se escribe sin hache”); y Alejandro Casona (autor de “La
sirena varada”).
Respecto al teatro innovador anterior a 1939, destacan obras de autores
pertenecientes a tres corrientes: la generación del 98, el Novecentismo y la
generación del 27. Las obras teatrales de la generación del 98 quisieron
influir en la sociedad para intentar cambiarla, pero fracasaron (excepto
Valle-Inclán) por hacer un teatro excesivamente filosófico. Los autores principales
son: Unamuno, “Azorín” y Valle-Inclán. Unamuno plasmó en su teatro los conflictos
humanos que le obsesionaban. El suyo es un retrato de ideas, con escasa
acción dramática y un denso diálogo, destacando de él “Fedra” y “El
otro”. “Azorín”, por su parte, hizo tardíamente un teatro alejado
del realismo y basado en la palabra y en la desnudez escenográfica.
Destacan temas como la felicidad, el tiempo y la muerte, y tienen una
gran importancia los diálogos en sus obras, entre las que destacan “Angelita”
y “Lo invisible”. Finalmente, de Valle-Inclán diremos que en su
obra se diferencian varias etapas: teatro poético (destaca “El
marqués de Bradomín”); teatro de ambiente rural y mítico (destaca “Divinas
palabras”); farsas (sobresale “Tablado de marionetas para
educación de príncipes”); esperpentos (el esperpento es la
deformación grotesca de personajes, situaciones y ambientes, de modo que se
destruya la realidad, transformando su imagen aparente). A través de este género,
el autor critica incisivamente a la sociedad, destacando “Luces de
bohemia” y “Martes de carnaval”. Por otro lado, en el Novecentismo,
el teatro no tuvo gran importancia, ya que las obras que se realizaron eran
vanguardistas, es decir, estaban hechas más para la lectura que para la representación.
Como autores más representativos tenemos a Grau (con “El señor de
Pigmalión”) y a Gómez de la Serna (con “La utopía” y “El
laberinto”). Finalmente, respecto al teatro del 27, diremos que
evolucionó desde un mayor vanguardismo a un acercamiento al público,
convirtiéndose en el teatro del pueblo. Los autores más destacados son: Alberti
(con “El hombre deshabitado” y “El adefesio”) y Lorca. La creación
dramática de este último comenzó en su juventud, con influencias modernistas
(destacan “El maleficio de la mariposa”, “Mariana Pineda” y “La
zapatera prodigiosa”) y con obras de más carácter surrealista (como
“Así que pasen cinco años” y “El público”). Las tres obras
más destacadas del teatro lorquiano son: “Bodas de sangre” (alegoría de
la fuerza de la pasión dominada por el destino), “Yerma” (tragedia de
una mujer estéril cuya única ilusión en la vida es ser madre) y “La casa de
Bernarda Alba” (presenta el choque entre el autoritarismo de Bernarda y el
deseo de libertad de sus cinco hijas). Mantuvo la línea estilística y
temática de su poesía, destacando estas características: temas como el
amor, la libertad y la muerte; lenguaje lleno de metáforas e imágenes
simbólicas; deseo de que el espectador se implique en su teatro; y presencia personajes
femeninos como los más destacados en sus obras.
8. La novela española de
1939 a 1974. Tendencias, autores y obras principales.
Podemos dividir la novela española
de 1939 a 1974 en estos periodos: década de los 40, década de los 50, década de
los 60 y década de los 70 hasta 1975.
En la década de los 40, después
de la Guerra Civil, se impuso un nuevo realismo, pudiéndose diferenciar
a los escritores que escribieron en el exilio de los que lo hacen en España. En
la novela del exilio, los autores tratan fundamentalmente sobre la
Guerra Civil o América, destacando: Max Aub (con “Campo cerrado”),
Francisco Ayala (autor de “Los usurpadores”) y Ramón J. Sender
(con “Réquiem por un campesino español”). Dentro de España, en la
novela se dieron varias tendencias. Primeramente, tendió a temas sobre la
guerra, vistos con los valores de los vencedores y destacando: Concha
Espina (con “Retaguardia”), Agustín de Foxá (con “Madrid
de Corte a Checa”), Rafael Serrano (con “La fiel infantería”)
y Torrente Ballester (con “Javier Mariño”). En segundo lugar,
abundaron las biografías noveladas de personajes históricos y de santos.
En tercer lugar, se escribieron novelas de realismo tradicional,
destacando: Zunzunegui (con “La quiebra”), Fernández Flores
(con “Lola, espejo oscuro”) e Ignacio Agustí (con “Mariona
Rebull”). Por último, en esta década sobresalió un tipo de novela
existencialista que trató de reflejar la vida cotidiana con gran realismo.
Como la censura hizo imposible cualquier intento de denuncia, los
autores trasladaron el malestar social a la esfera personal, utilizando un lenguaje
coloquial. Los autores más destacados fueron: Camilo José Cela
(con “La familia de Pascual Duarte”), Carmen Laforet (con “Nada”)
o Miguel Delibes (con “La sombra del ciprés es alargada”).
En la década de los 50, la novela se introdujo en el realismo social
a partir de la publicación de “La colmena”. Este tipo de obras se
caracterizaron por tratar de transmitir una denuncia social, destacando dos
tendencias: la objetivista y la del realismo crítico. El narrador
objetivista se propone reflejar, con el máximo de veracidad, la realidad,
renunciando a cualquier comentario personal. El narrador crítico
proyecta su ideología sobre los personajes y hace más explícita la denuncia
social. En ambos, los temas se desplazan de lo individual a lo
colectivo, y los personajes representan las distintas clases sociales. La
estructura del relato es lineal y aparentemente sencilla, y predomina el
diálogo. El lenguaje adoptó el estilo de la crónica, siendo directo y
sencillo. Entre los autores del realismo objetivista destacaron: Jesús
Fernández Santos (con “Los bravos”); Ignacio Aldecoa (con “El
fulgor y la sangre”); Rafael Sánchez Ferlosio (con “El Jarama”);
Carmen Martín Gaite (con “Entre visillos”); y Camilo José Cela
(con “La colmena”). Por otra parte, los autores del realismo crítico
más importantes fueron: Juan Goytisolo (con “Duelo en el Paraíso”);
Gironella (con “Los cipreses creen en Dios”); Ana María Matute
(con “Primera memoria”); Juan Marsé (con “Últimas tardes con
Teresa”); García Hortelano (con “Nuevas amistades”); Miguel
Delibes (con “El camino”, “Las ratas”, “La hoja roja”
y “Mi idolatrado hijo Sisí”); y Alfonso Grosso (con “La zanja”).
En la década de los 60, los autores se vieron influenciados por aportaciones
de los grandes novelistas extranjeros y, en especial, de los autores
hispanoamericanos. Así, apareció una drástica renovación de fondo y forma,
llevándose a sus últimas consecuencias las técnicas experimentales. Las características
más destacadas de la novela de los 60 fueron: estructuración del relato en
secuencias separadas por espacios en blanco; relegación del argumento a un
segundo plano; sucesión alternativa de las historias; defensa de la desaparición
del autor; pérdida de peso del diálogo a favor del estilo indirecto libre y del
monólogo interior; mayor importancia de las descripciones; tratamiento individualizado
de los personajes; narración no cronológica de las historias; comienzo del
relato de manera abrupta y final abierto; e incorporación en el lenguaje de
todos los registros del habla. Entre los autores, destacaron: Luis
Martín Santos (con “Tiempo de silencio”); Juan Benet (con “Región”
y “Volverás a Región”); Miguel Delibes (con “Cinco horas con
Mario” y “Parábola del náufrago”); Juan Marsé (con “La
otra cara de la luna” y “Si te dicen que caí”); Juan Goytisolo
(con “Juegos de manos” y “Señas de identidad”); y Luis
Goytisolo (con “La cólera de Aquiles”).
Tras estos años de frenesí renovador,
en la década de los 70, se recuperó la trama y los
personajes, y se volvió al uso de la primera y tercera personas narrativas,
recuperándose también los diálogos. De este modo, en general, los autores
volvieron a centrarse en contar historias, prosiguiendo algunos con el
experimentalismo. Entre dichos autores, destacaron: experimentalistas
(como Luis Goytisolo), neorrealistas (como: Juan José Millás,
con “Cerbero son las sombras”; Javier Marías, con “Los dominios
del lobo”; Miguel Delibes, con “Los santos inocentes”; Camilo
José Cela, con “San Camilo, 1936”; Juan Marsé, con “La
oscura historia de la prima Montse”; y Torrente Ballester, con “La
saga/fuga de J. B.”) y autores de novela histórica (como Antonio
Muñoz Molina; Eduardo Alonso; Manuel Vázquez Montalbán; Eduardo
Mendoza; y Francisco Umbral).
9. El teatro de 1939 a
finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales.
Podemos dividir el teatro posterior
a 1939 en estos periodos: década de los 40, década de los 50, década de los 60
y década de los 70 en adelante.
Respecto a la década de los 40, diremos que la Guerra Civil supuso una ruptura en
el teatro español, debido a que los grandes renovadores de la escena habían
muerto durante la durante la misma o se habían exiliado. El teatro en el
exilio tuvo un condicionamiento: el escritor español pertenecía a una
cultura diferente que la del público del país que le acogía. Por ello, los
dramaturgos exiliados tuvieron tres opciones: seguir cultivando los
temas de España, escribir dramas atemporales o escribir teatro para el nuevo
público. Los autores más destacados del teatro español fuera de España
son: Alberti (con “Noche de guerra en el Museo del Prado” y “El
adefesio”), Casona (con “La barca sin pescador” y “La dama
del alba”) y Max Aub (con “San Juan”). Por otro lado, el teatro
dentro de España se caracterizó por: buscar el entretenimiento (sigue
la línea del teatro cómico), plasmar los valores tradicionales, proponer
una crítica contenida centrada en las costumbres de la clase media, y presentar
un final feliz. Como temas más importantes tenemos: el mundo
real (se trata la desavenencia amorosa, la infidelidad o los problemas económicos)
y el mundo poético (mundo fantástico que distorsiona la realidad). El estilo
tiene estas características: se persigue el cultivo de piezas redondas (piezas
“bien hechas”), los ambientes y personajes son burgueses, y se utilizan técnicas
cinematográficas. Como autores, destacan: Calvo Sotelo, Luca de
Tena, Pemán, Poncela, Mihura o Benavente.
En la década de los 50, aparecieron tres tipos de teatro: teatro
de herederos; teatro cómico; y teatro existencial-social. El teatro de
herederos se caracterizó por: dar importancia a la pieza bien hecha;
ser un divertido espejo de la realidad; ser un teatro evasivo y
crítico, en el que se difunde el orden social establecido; utilizar técnicas
cinematográficas; y por aparecer la comedia rosa. Los autores y
obras más importantes son: Ruiz Iriarte (con “Juegos de niños”), Alejandro
Casona (con “Los árboles mueren de pie”), Luca de Tena (con “¿Dónde
vas Alfonso XII?”) y Calvo Sotelo (con “La muralla”). El teatro
cómico, por su parte, es un teatro evasivo en el que se hilvanaban
escenas costumbristas y sucesos más o menos inverosímiles, constituyendo el
nuevo astracán, en el que se utiliza un lenguaje lleno de
equívocos, juegos de palabras y chistes. Los autores y obras más significativas
son: Poncela (con “Eloísa está debajo de un almendro” y “Los
habitantes de la casa deshabitada”), Mihura (con “Tres sombreros
de copa” y “El caso de la mujer asesinadita”) y Alejandro Casona
(con “La dama de Alba”). Por último, en el teatro existencial-social
aparece la atención por la gente que sufre, tratando los dramas de indagar
la realidad para criticar situaciones injustas. Los autores y obras
más destacadas son: Alfonso Sastres (con “Escuadra hacia la muerte”
y “La mordaza”) y Buero Vallejo (con “Historia de una escalera”
y “En la ardiente oscuridad”).
En la década de los 60, distinguimos dos tipos de teatro: teatro
de protesta y teatro comercial. El teatro de protesta, que rechazó el
teatro del absurdo, se caracterizó por: tratar temas sociales; ser
realista; y utilizar un lenguaje violento, directo y sin eufemismos. Entre los
autores más destacados sobresalen: Muñiz (con “El grillo”), Olmo
(con “La camisa”), Martín Recuerda (con “Los salvajes de
Puente San Gil”), Alfonso Sastre (con “En la red”), y Buero
Vallejo (con “El tragaluz”, “El concierto de san Ovidio” y “La
fundación”). Por otro lado, el teatro comercial se redujo a un mero
objeto de consumo y, por eso, se inhibe ante los problemas que España tiene
planteados, enmascarándose la realidad. Entre los autores destacan: Alfonso
Paso (con “Vamos a contar mentiras”), Alonso Millán (con “Ya
tenemos chica”), y Antonio Gala (con “Los verdes campos del Edén”
o “El sol en el hormiguero”).
Fue, sobre todo, en la década de los 70 y en adelante cuando la
apertura de la censura franquista permitió la entrada de corrientes europeas,
como el teatro de Bertolt Brecht o el teatro del absurdo de Ionesco o Beckett.
Estas influencias fueron fundamentales para la creación de obras que intentaron
oponerse a los cánones establecidos. A partir de 1975, se consolidan los
teatros independientes y proliferan las compañías de aficionados. La
evolución teatral se tradujo en innovaciones escenográficas. Así, fueron
muchos los dramaturgos de este periodo, destacando un teatro realista y un
teatro más vanguardista. En el teatro realista destacaron: José
Sanchis Sinisterra (con “¡Ay, Carmela!”), José Luis Alonso de
Santos (con “La estanquera de Vallecas” y “Bajarse al moro”),
Albert Boadella (fundó la compañía Els Joglars y destacó por “Yo
tengo un tío en América”), Fernando Fernán Gómez (con “Las bicicletas
son para el verano”) y Manuel Martínez Mediero (con “El último
gallinero”). Por otra parte, en el teatro vanguardista destacaron: Luis
Riaza (con “Retrato de dama con perrito”), Francisco Nieva (con
“Los españoles bajo tierra” y “Es bueno no tener cabeza”) y
diversas compañías teatrales independientes (destacan: Els Comediants, La
Fura dels Baus, La Cuadra y Dagoll Dagom).
10. La poesía de 1939 a
finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales.
Podemos dividir la poesía posterior
a 1939 en estos periodos: década de los 40, década de los 50, década de los 60,
década de los 70 y poesía a partir de 1975.
En la década de los 40,
destacan dos tipos: poesía en el exilio y poesía en España. La poesía en el
exilio, evolucionó temas de la Guerra Civil a otros como la evocación de
las tierras españolas y el ansia de volver. Los autores y obras más
significativas son: Serrano Plaja (con “Galope de la suerte”) y León
Felipe (con “Español del éxodo y del llanto”). Por otra parte, la
poesía en España se orientó por diferentes caminos: poesía arraigada, poesía
desarraigada y otras tendencias. En la poesía arraigada encontramos a un
grupo de poetas que se agrupó en torno a la revista “Garcilaso”, y que trataron
de transmitir un afán optimista, una visión del mundo ordenada y
serena, y un firme sentimiento religioso. En su estilo, destaca
el uso de formas clásicas y de un lenguaje equilibrado. Los autores más
destacados son: José García Nieto (con “Tú y yo sobre la tierra”),
Rafael Morales (con “El corazón y la tierra”) y Luis Rosales
(con “La casa encendida”). Frente a estos poetas, surgió la poesía
desarraigada a raíz de la aparición de la revista “Espadaña” y la
publicación de “Hijos de la ira”, de Dámaso Alonso. Esta
tendencia se caracteriza por: tener un tono agrio y trágico; ser
una poesía desazonada; tener presente la religión; y aparecer en
ella un humanismo dramático y desesperado. El estilo empleado es directo
y los autores más destacados fueron: Blas de Otero (con “Ángel
fieramente humano”), Gabriel Celaya (con “Tranquilamente hablando”)
y Dámaso Alonso (con “Hijos de la ira”). La distinción
entre poesía arraigada y desarraigada no es absolutamente tajante, pues hay
autores difícilmente encasillables, como: José Hierro (con “Tierra
sin nosotros”) y J. María Valverde (con “La espera”). Por
último, hablaríamos de otras tendencias, donde sobresale el Postismo,
fundado por Carlos Edmundo de Ory y otros poetas. Esta tendencia enlaza
con la poesía de vanguardia y rechaza la angustia existencial, destacando:
Ángel Crespo, Alejandro Carriedo y Carlos Edmundo de Ory.
Otra corriente destacada la formó “El Grupo Cántico”.
En la década de los 50 se desarrollo una poesía social. Así,
muchos poetas desarraigados se pasaron a esta tendencia, como: Gabriel
Celaya (con “Las cartas boca arriba” y “Cantos iberos”), Blas
de Otero (con “Pido la paz y la palabra”) y Vicente Aleixandre
(con “Historia del corazón”). Estos poetas fueron dejando de lado las
angustias personales para cantar las colectivas. En cuanto a la temática,
destacó el tema de España, con títulos como: “Que trata de España”, de Blas
de Otero, o “España, pasión de vida”, de Nora. En lo que se
refiere al estilo, los poetas utilizaron un lenguaje claro,
sobresaliendo: Ángel Valente (con “A modo de esperanza”), Gil
de Biedma (con “Compañeros de viaje”), Rafael Morales (con “Canción
sobre el asfalto”) y J. María Valverde (con “Con Versos del
domingo”).
En la década de los 60, el cansancio de la poesía social no tardó en
llegar. Se buscó una superación del realismo, apareciendo como tema el
retorno a lo íntimo, con el que se refleja tanto el inconformismo como
el escepticismo de algunos poetas. El estilo, destaca empleado
fue conversacional y antirretórico y utilizó un tono cálido y cordial.
En estos poetas, renace el interés por los valores estéticos. Los autores
más destacados fueron: José Hierro (con “Quinta del 42”); Claudio
Rodríguez (con “Don de la ebriedad”); Ángel González (con “Sin
esperanza, con convencimiento”); Jaime Gil de Biedma (con “Las
personas del verbo”); y José Ángel Valente (con “El inocente”).
En la década de los 70, se dieron diferentes tendencias poéticas,
destacando los novísimos: grupo de poetas que se vio influenciado por
autores hispanoamericanos, del 27, postistas y extranjeros. Entre los temas
que tratan, encontramos: lo personal, lo público, la sociedad
de consumo, la guerra de Vietnam, y el contraste entre tonos
graves y temas frívolos. Estos autores persiguen metas estéticas.
En su estilo, destaca la búsqueda de un nuevo lenguaje y el experimentalismo.
Los autores novísimos más relevantes fueron: Gimferrer (con “El
miralls”), Guillermo Carnero (con “El azar objetivo”) y Leopoldo
María Panero (con “Así se fundó Carnaby Street”).
A partir de
1975, se aprecia cierto cansancio con respecto a la lírica de los novísimos
y una paulatina renovación de la creación poética. La clasificación de las tendencias
poéticas surgidas en este periodo es difícil, destacando: poesía de la
experiencia (destacan: García Moreno, con “Completamente viernes”,
y Felipe Benítez Reyes, con “Paraísos y mundos”); poética del
silencio o neopurismo (destaca José Ángel Valente, autor de “No
amanece el cantor”); neosurrealismo (destaca Blanca Andreu, con
“De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall”); nueva
épica (destacan Julio Llamazares y Martínez de Merlo); poesía
clasicista (destacan: Andrés Trapiello, con “La vida es fácil”,
y Antonio Carvajal, con “Siesta en el mirador”); neoerotismo
(destaca Ana Rossetti, con “Los devaneos de Erato”); y decadentismo
y culturalismo (destaca Antonio de Villena, con “El viaje a
Bizancio”).
11. La novela y el cuento
hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Tendencias, autores y obras
principales.
En la novela hispanoamericana de la
segunda mitad del siglo XX podemos resaltar tres periodos: comienzo de la
renovación narrativa, boom de la novela hispanoamericana en los años 60 y
narrativa después del boom.
A mediados de los años 40 se observa
en Hispanoamérica un cansancio de la novela realista, lo que lleva a la
aparición de nuevos temas y procedimientos. Este es el realismo mágico, en el que, entre los temas nuevos, destacó
el interés por el mundo urbano y los problemas existenciales, todo ello
mezclado con lo fantástico. Así, realidad y fantasía se presentarán enlazadas
en la novela. En el terreno de la estética, se empezó a notar un mayor
cuidado estilístico. A la vez que se atienden las innovaciones de autores
extranjeros, se asimilan elementos oníricos propios del surrealismo. Entre los autores
destacaron: Miguel Ángel Asturias (con “El señor presidente”); Borges
(con “El Aleph”); Carpentier (con “El reino de este mundo”
y “El siglo de las luces”); Ernesto Sábato (con “El túnel”
y “Sobre héroes y tumbas”); Cortázar (con “Rayuela”); Juan
Rulfo (con “Pedro Páramo”); y Onetti (con “La vida breve”).
Posteriormente, en los años 60, se
produjo el boom de la novela
hispanoamericana, que continuó años más tarde. En 1962 se publicó en España
“La ciudad y los perros”, de Vargas Llosa, y en 1967 llegaba “Cien
años de soledad”, de García Márquez. Por estas fechas aparecen
además novelas como: “El astillero”, de Onetti; “La muerte de
Artemio Cruz”, de Carlos Fuentes; o “Paradiso”, de Lezama
Lima. Los nuevos novelistas continuaban en la línea de las
innovaciones del realismo mágico, pero llevaron tales innovaciones a sus
últimas consecuencias. Se confirmó la ampliación temática y se
incrementó la preferencia por la novela urbana, manteniéndose el
análisis crítico de la realidad y la preocupación por lo social. La integración
de lo fantástico y lo real se consolidó. Fue en el terreno de las formas
es donde se observa una mayor ampliación artística, destacando las siguientes características:
la ruptura de la línea argumental; la posibilidad de empezar la historia
por el principio, pero también por el medio (in media res) o por el final
(in extrema res); los cambios de puntos de vista (perspectivismo);
la posibilidad de que haya varias personas narrando los sucesos desde su
propia perspectiva; la combinación de las personas narrativas; la
utilización del estilo indirecto libre u del monólogo interior de los
personajes; o la ruptura de la línea temporal (se utilizaron técnicas
como la contrapuntística y la caleidoscópica). Esta
experimentación estilística afectó de modo peculiar al lenguaje, que se
caracterizó por: introducción de frases en diferentes idiomas; invención
de palabras o lenguajes inexistentes; ruptura con la puntuación
tradicional; alternancia del vocabulario culto con el popular e,
incluso, el vulgar; la distorsión sintáctica y léxica; y la utilización
densa del lenguaje poético. Otros autores destacados fueron: Cabrera
Infante (con “Tres tristes tigres”) y Álvaro Mutis (con “Empresas
y tribulaciones de Magroll el Gaviero”).
En los años después del boom, los integrantes del mismo fueron perdiendo
su imagen de grupo, siendo difícil establecer características comunes.
Sin embargo, podemos nombrar estos rasgos colectivos: evolución del realismo
mágico (se incorpora lo mágico a la vida cotidiana, destacando Isabel
Allende con “La casa de los espíritus”); humor e ironía (son
esenciales en las revisiones del pasado personal o histórico, destacando Alfredo
Bryce con “Un mundo para Julius”); referencias literarias (sobresale
“Un viejo que leía novelas de amor”, de Luis Sepúlveda); referencias
cinematográficas (destaca “El beso de la mujer araña”, de Manuel
Puig); y elaboración lingüística (se aprecia un interés mayor por la
elaboración lingüística que por el tema o la estructura). En general, y aunque
no desaparece la denuncia de situaciones injustas, los últimos años han
producido novelas menos comprometidas y más enfocadas hacia problemas
individuales, destacando autores como Zoe Valdés, Jorge Edwards o
Laura Esquivel.
Por otro lado, habría que hablar del
cuento hispanoamericano, que supuso
un nexo entre los movimientos de vanguardia de los años 20 y el “boom”
narrativo de los 60. Así, dentro de la prolífica tradición hispanoamericana del
relato corto es posible señalar diferentes tendencias: cuento
realista (a lo largo de los años, esta línea realista incorporará los temas
y técnicas del realismo existencial, del realismo comprometido y del
neorrealismo); cuento fantástico (en este tipo de obra se introduce en
lo cotidiano un elemento de extrañeza, se acaba con finales
impactantes y existe una influencia del surrealismo y de la
literatura fantástica anglosajona, sobresaliendo Borges, Cortázar
y Augusto Monterroso); y realismo mágico (son cuentos en los que
la realidad y la fantasía no funcionan como elementos antagónica, sino
que forman parte del mismo mundo, destacando Juan Rulfo, Gabriel
García Márquez y Miguel Ángel Asturias). A partir de la decadencia
del “boom”, tal y como sucede en la novela, la variedad de propuestas estéticas
es enorme, pero sí puede señalarse como característico el abundante cultivo del
microrrelato o microcuento, sobresaliendo Augusto Monterroso y Juan
José Arreola.
12. La novela española de
1975 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales.
Como introducción, diremos que, tras la muerte del general Franco (20 de
noviembre de 1975), se fomentó un mejor conocimiento de la literatura española
en Europa y de la literatura occidental en España. A ello contribuyó
significativamente la desaparición de la censura, la recuperación de
la obra de los escritores exiliados y un mayor conocimiento de la narrativa
de otros países. Es difícil establecer objetivos o propósitos comunes en
los novelistas de las dos últimas décadas del siglo XX. De manera muy general,
se puede observar un alejamiento del experimentalismo y una vuelta al interés
por la anécdota, la recreación de tipos y la reconstrucción de ambientes,
recuperándose la narratividad, hecho que se manifestó en la obra de Eduardo
Mendoza titulada “La verdad sobre el caso Savolta”. Otras características
de este periodo, además de la vuelta al placer de contar historias, son: la
enorme proliferación de títulos, el incremento del número de escritoras, y la
vinculación entre la labor literaria y la periodística.
Entre las tendencias desarrolladas a partir de 1975, destacaron: la novela de
intriga y policíaca; la novela histórica; la “novela del novelar” o ficción
metanovelesca; la novela intimista y realista; la novela testimonial; la novela
experimental; y la novela erótica. Respecto a las novelas de intriga y
policíacas, decir que el éxito de esta corriente radica en la adaptación
de un producto puramente americano a la cultura española. Entre las obras
más destacadas de esta tendencia encontramos: “Galindez” y “Los mares
del sur”, de Vázquez Montalbán; “El invierno en Lisboa”, de Muñoz
Molina; o “No acosen al asesino”, de José María Guelbenzu.
Asimismo, encontramos novelas que no pertenecen en rigor a esta categoría, pero
que incorporan recursos del relato policíaco, como “Visión del ahogado”,
de Juan José Millás, o “Queda la noche”, de Soledad Puértolas.
Tampoco faltan relatos que optan por unir intriga y parodia del género
policíaco, como “El misterio de la cripta embrujada”, de Eduardo
Mendoza. Las novelas históricas, por su parte, sitúan la acción
en marcos temporales pasados, destacando: “El capitán Alatriste”, de
Arturo Pérez Reverte; “La vieja sirena”, de José Luis Sampedro;
o “El testimonio de Yarfoz”, de Rafael Sánchez Ferlosio. En
diversas ocasiones este tipo de obras se realizan desde una óptica irónica y
desmitificadora, como sucede en “Fabulosas narraciones por historias”,
de Antonio Orejudo, o en “Las Máscaras del héroe”, de Juan
Manuel de Prada. Además, en esta tendencia cabría incluir los relatos
sobre la Guerra Civil o la posguerra, destacando: “Luna de lobos”,
de Julio Llamazares; “Beatus ille”, de Antonio Muñoz Molina;
“Las trece rosas”, de Jesús Ferrero; “Soldados de Salamina”,
de Javier Cercas; “Octubre, octubre”, de José Luis Sampedro;
“Los niños de la guerra” de Josefina Aldecoa; y “La voz
dormida”, de Dulce Chacón. En la “novela del novelar” o ficción
novelesca, el tema central es la propia creación literaria y el
protagonista es con frecuencia un escritor, sobresaliendo: “Gramática parda”,
de Juan García Hortelano, y “La orilla oscura”, de José María
Merino. En relación a la novela intimista, diremos que este tipo de
obras están protagonizadas por una persona de mediana edad,
habitualmente desconcertada y angustiada, que vive en un espacio urbano
y que tiene problemas íntimos, pudiendo destacarse: “El desorden de
tu nombre”, de Juan José Millás; “La escala de los mapas”, de
Belén Gopegui; “Juegos de la edad tardía”, de Luis Landero;
“Recuerdos de otra persona”, de Soledad Puértolas; “La lluvia
amarilla”, de Julio Llamazares; “Mortal y rosa”, de Francisco
Umbral; y “Corazón tan blanco”, de Javier Marías. Por otra
parte, en la novela realista, encontramos realizaciones como: “La
hija del caníbal”, de Rosa Montero; “La vida oculta”, de Soledad
Puértolas; y “Atlas de geografía humana”, de Almudena Grandes.
La novela testimonial fue una tendencia minoritaria en la que los
autores construyen relatos realistas sobre problemas sociales, como la
defensa de la condición femenina en “Te trataré como a una reina”, de Rosa
Montero, o la vida de los más jóvenes en “Héroes”, de Ray Loriga,
o “Historias del Kronen”, de José Ángel Mañas. Respecto a la novela
experimental, diremos que fueron muy escasos los títulos que en ella pueden
inscribirse, sobresaliendo Miguel Espinosa con “Escuela de mandarines”.
Finalmente, hablaremos de la novela erótica, que fue cultivada en su
mayoría por mujeres, entre las que destacaron: Almudena Grandes, con “Las
edades de Lulú”; y Lucía Etxebarría, con “Beatriz y los cuerpos
celestes”. Al margen de estas tendencias, siguen escribiendo autores de
otras épocas, como Miguel Delibes, con “El hereje”, y Camilo
José Cela, con “Cristo versus Arizona”.
A modo de conclusión, debemos tener en cuenta que muchas de las novelas y de
los novelistas podrían ser incluidos en más de una tendencia.
Así, son dos los aspectos más significativos de la novela española en
los últimos treinta años: el carácter aglutinador (acoge prácticamente
todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y
preocupaciones personales); y la individualidad (cada novelista elige la
orientación que le resulta más adecuada para encontrar un estilo propio con el
que expresar su mundo personal y su particular visión de la realidad).