martes, 2 de julio de 2013

RESÚMENES DE LITERATURA ESPAÑOLA A PARTIR DEL SIGLO XVIII


1. La literatura del siglo XVIII. Ensayo y teatro.

            En el plano cultural, el movimiento más destacado del siglo XVIII en Europa fue la Ilustración, que supuso un cambio en la concepción del mundo basado en la importancia de la razón como base fundamental del conocimiento humano. En España, la difusión del pensamiento ilustrado se vio favorecida por la llegada de la dinastía borbónica. Durante este periodo, fue también especialmente intensa la actividad científica, y destaca la creación de instituciones culturales, como la Biblioteca Nacional o la Real Academia Española.

            Son tres las etapas que podemos distinguir en la literatura del siglo XVIII. La primera llega hasta mediados del siglo y se caracteriza por la lucha contra el Barroco y la toma de contacto con el Clasicismo francés. La actividad dominante es la crítica, por lo que apenas se cultiva la literatura creativa, y el ensayo y la sátira son los géneros que más interesan. En segundo lugar está el Neoclasicismo, que llega a finales de siglo y en el que imperan los preceptos que codificó Boileau en su “Arte poética”. Triunfa la regla de las tres unidades en el teatro. Finalmente, destaca el Prerromanticismo, que tiene lugar en las últimas décadas del siglo XVIII, en las que se produce una reacción sentimental proveniente de Inglaterra que desencadena el gusto por temas emotivos, nocturnos y lacrimosos que preludian el Romanticismo del siglo XIX.

            El ensayo fue la vía por la que numerosos intelectuales del siglo XVIII intentaron difundir las nuevas ideas y conocimientos de la época, empleando un estilo ameno, claro y muy cuidadoso con el lenguaje. Los ensayistas más influentes fueron: Feijoo, Jovellanos, Luzán y Cadalso. Feijoo, uno de los primeros ensayistas españoles, escribió obras como “Teatro crítico universal” o “Cartas eruditas y curiosas”, donde defiende la superación de las supersticiones y las falsas creencias a través del empleo de la razón y utiliza un estilo claro. Jovellanos, impulsor del pensamiento y las reformas ilustradas en España, es autor de “Informe sobre la ley Agraria”, donde analiza las causas del retraso de la agricultura española, y de “Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas”, en la que defiende el teatro neoclásico y critica las corridas de toros, siendo su estilo sencillo, claro y elegante. Luzán, por su parte, defendió en su obra “Poética” el empleo de normas racionalistas que facilitasen la creación artística y aumentasen su calidad. El último, Cadalso recoge también en su obra los temas propios del movimiento ilustrado, como son la intención moralizante, la importancia de la educación o la crítica a ciertas costumbres de la época. Entre sus obras destacan: “Los eruditos a la violeta”, “Noches lúgubres” y “Cartas marruecas”, obra compuesta por noventa cartas que integran la narración de viajes y la reflexión ensayística sobre la realidad de España, en la que utiliza un estilo con un lenguaje natural y afectivo, en el que también aparece la ironía y el tono poético. Los personajes de la obra son tres: Nuño (cristiano español que expone el pensamiento de Cadalso), Gazel (musulmán marroquí que recorre España) y Ben-Beley (maestro de Gazel).

            En el teatro español de comienzos del siglo XVIII, predominan las formas heredadas del modelo de Lope de Vega, con lo que es visto como un espectáculo para el entretenimiento. Durante este periodo, destacaron cuatro tipos de obras: comedias de magia (su representación era espectacular), comedias heroico-militares (evocaban glorias militares y ambientes exóticos), comedias de santos (sobre vidas de santos) y comedias de figurón (se caricaturiza a un personaje exagerando alguno de sus rasgos). Los autores más destacados fueron Antonio de Zamora y José de Cañizares. Posteriormente, durante mediados de siglo, los intelectuales pretendieron conseguir un teatro racional y educativo que censurase costumbres viciadas y propusiese modelos morales de conducta. Las piezas que surgieron se caracterizaron por la clara separación entre tragedia y comedia, el respeto a las tres unidades y la utilidad didáctica. Destacan dos tipos: tragedias (trataban de transmitir un ideal ético en defensa de la libertad y los temas más frecuentes eran temas burgueses, siendo una obra destacada “Raquel”, de García de la Huerta) y comedias (sobresalieron Tomás de Iriarte con “El señorito mimado”, cuyos personajes son víctimas de la mala educación, y Leandro Fernández de Moratín con “El sí de las niñas”, obra de estilo sencillo, con diálogos ágiles y una importante sátira de las costumbres de la época). Sin embargo, el teatro mayoritario siguió siendo el popular, destacando los sainetes de Ramón de la Cruz (“El petimetre” o “Manolo”). Por último, a finales de siglo hubo un acercamiento entre los gustos mayoritarios y las propuestas neoclásicas, gracias a la aparición de la “comedia sentimental”. En este tipo de obras se apela directamente al sentimiento para provocar la identificación del espectador con el tema. Los ilustrados apoyaron este género por su fin moral, y destacaron obras como “El delincuente honrado”, de Jovellanos, y “La señorita mal criada”, de Iriarte.

2. El Romanticismo literario del siglo XIX.

            Este movimiento de mediados del siglo XIX tuvo su origen en la escuela alemana “Sturm und Drang”, introduciéndose en España progresivamente en diferentes etapas: la primera tiene una visión más conservadora, la segunda es de corte liberalista, y la última es más intimista. Las características del Romanticismo son: la subjetividad e individualismo, la naturaleza (constituye el reflejo subjetivo del estado de ánimo del autor), la vuelta al pasado, la ruptura con el mundo cotidiano (hay un gusto excesivo por lo sobrenatural) y el nacionalismo. Entre los temas del Romanticismo destacan: historia, amor, pasión (destaca la sumisión ante este sentimiento perturbador), vida (la existencia como un camino ingrato), muerte (anhelo del final de la vida como liberación) y destino (resignación frente al sentimiento cruel y trágico de la vida). Del estilo romántico destacan estas características: abundancia de adjetivos, uso de palabras cultas y populares, búsqueda y uso de la función expresiva y empleo de recursos literarios.

            La poesía romántica tiene estas características: se liberó de la rigidez neoclásica para buscar nuevas formas de expresión y mantuvo los temas característicos del amor y la libertad; el lenguaje simbólico (a través de la naturaleza); la polimetría. Destacaron dos tipos de poesía: la poesía lírica y la poesía narrativa. La poesía lírica gozó de gran aceptación, ya que expresaba el subjetivismo del autor. Destacan dos etapas: primera mitad del siglo XIX (temas patrióticos y sociales) y segunda mitad del siglo XIX (se vuelva más intimista). En la primera mitad destacó José de Espronceda que destaca por una poesía de gran variedad temática: protesta social (“El verdugo”),  juventud perdida y el desengaño vital (“A Jarifa en una orgía”), y cantos políticos (“El canto del cosaco”). Su estilo se caracterizó por la riqueza adjetival, las frecuentes preguntas retóricas y el léxico sensual y evocador. Sus obras más destacadas fueron: “Canción del pirata”, “El estudiante de Salamanca” y “El diablo mundo” (con el “Canto a Teresa”). En la segunda mitad de siglo destacaron Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro. La obra principal del primero son las “Rimas”, que se dividen en 79 poemas caracterizados por: su sencillez; una gran perfección formal; un vocabulario con referencias a la naturaleza, el amor y la música; y una preferencia por la asonancia. La obra de Rosalía de Castro está dominada por un tono sensible y directo, destacando realizaciones como “Cantares galegos” y “En las orillas del Sar”. En cuanto a la poesía narrativa, diremos que su máximo apogeo fue en la primera mitad del siglo XIX y que destacan estos tipos de composiciones: poema narrativo extenso (con poema histórico y filosófico) y poema narrativo breve (con romance y leyenda).

            En la prosa romántica destacan dos tipos de obras: la novela histórica y el cuadro de costumbres. La novela histórica buscaba revivir épocas pasadas y su trama recurría permanentemente al héroe ficticio. Siguiendo el ejemplo de Walter Scott, en España se escribieron obras como “El doncel de don Enrique el Doliente”, de Mariano José de Larra, o “El castellano de Cuéllar”, de José de Espronceda. Por otra parte, sobre el cuadro de costumbres podemos decir que se define como la escena en la que se detalla el habla y las costumbres de las clases más bajas, existiendo en él generalmente un tono humorístico y un fin moralizante. Destacan tres tendencias: el costumbrismo puro (predomina la ironía), el costumbrismo satírico (crítica mordaz) y el costumbrismo político (refleja ideas políticas o sociales). El principal autor costumbrista es Mariano José de Larra, cuyos artículos siguen habitualmente el mismo esquema con la intención de denunciar actitudes o costumbres. Larra utiliza la ironía y la parodia con la finalidad de instruir. También de él destaca un estilo especialmente cuidado y un uso de neologismos y de un lenguaje claro y directo. Podemos clasificar sus artículos en tres grupos: artículos de costumbres (destacando “Vuelva usted mañana”), artículos políticos (criticó tanto a absolutistas como a liberales) y artículos literarios.

            El teatro romántico renovó el ambiente teatral del momento, siendo sus características las siguientes: varía el número de actos, libertad en la creación, lenguaje cercano, escenografía (adquiere gran relevancia), ruptura de la regla de las tres unidades y personajes (se recurre a patrones fijos como el héroe, el antihéroe o la dama). El teatro romántico gira alrededor de estos temas: el amor (idealizado e inalcanzable), el destino y la fatalidad, la venganza (hay una respuesta violenta a las normas establecidas), y lo sobrenatural. Los dramas más representativos del Romanticismo fueron: “Don Álvaro o la fuerza del sino”, del Duque de Rivas (los rasgos más característicos de su estilo son la mezcla de lo trágico y lo cómico, la mezcla del verso y la prosa, y el lenguaje retórico y elevado en contraposición al habla popular de las escenas costumbristas); “Don Juan Tenorio”, de José Zorrilla (escribe la mencionada obra en verso, utilizando romances, quintillas, frecuentes ripios, rima fácil y un lenguaje que mantiene el estilo romántico); “La conjura de Venecia”, de Martínez de la Rosa; “El trovador”, de Antonio García Gutiérrez; y “Los amantes de Teruel”, de Juan Eugenio de Hartzenbusch.

3. La novela realista y naturalista del siglo XIX.

            El Realismo surgió en Europa en el siglo XIX, defendiendo la representación de la realidad de una forma verdadera y lo más exacta posible.

            La novela es sin duda el género literario más cultivado del Realismo, ya que se consideraba la mejor forma de describir la realidad. Las características de la novela son: la verosimilitud (la historia narrada debe ser creíble), los personajes reales (los personajes se extraen directamente de la vida cotidiana, analizándose en profundidad sus personalidades), la temática social (suele reproducir los conflictos de la sociedad del momento), el marco temporal (se suele utilizar la técnica de “in media res”, que consiste en comenzar el relato de los hechos cuando la historia ya ha empezado), el marco espacial (se describen los espacios minuciosamente) y el estilo (se caracteriza por la abundante presencia de contrastes, los diálogos ágiles y la combinación de narradores en primera y tercera persona). Dentro de la novela realista, es digna de resaltar la novela costumbrista, considerada como elemento de transición entre el Romanticismo y el Realismo. Esta se caracteriza por: la presentación de personajes e ideas idealizadas, el gusto por lo local y lo pintoresco, y el uso de un lenguaje cotidiano.

            Entre los novelistas españoles del Realismo, podemos destacar a: Valera, Alarcón, Caballero, Pereda, Galdós y “Clarín”. En Juan Valera destaca el análisis psicológico de sus personajes, especialmente de los femeninos. Entre sus obras sobresalen “Pepita Jiménez” y “Juanita la Larga”. Pedro Antonio de Alarcón es de origen romántico y se incorporó tardíamente al Realismo, destacando de él “El sombrero de tres picos”. Las obras de Fernán Caballero están todavía a caballo entre el Romanticismo y el Realismo, sobresaliendo entre ellas “La gaviota”. La producción de José María de Pereda evolucionó del costumbrismo de obras como “Escenas montañesas”, al realismo de sus novelas regionales como “Peñas arriba”, escribiendo también novelas de tesis (“De tal palo, tal astilla”). Con respecto a Benito Pérez Galdós, podemos decir que las características de su obra son: un variado abanico narrativo (destacando temas como: la crítica social, el análisis político del momento, y la religión y el clero), los retratos psicológicos de sus personajes y un estilo caracterizado por la magistral descripción de ambientes, la exhaustiva documentación, el lenguaje ágil y expresivo, y el humor y la ironía. Entre las obras de Galdós destacaron los “Episodios nacionales” (cuarenta y seis novelas cortas que constituyen una semblanza novelada del siglo XIX) y novelas de diverso tipo: novelas de la primera época (tiene una gran carga política aunque, destacando “Doña Perfecta”), novelas contemporáneas (contiene un genial retrato de la sociedad madrileña, y destaca “Fortunata y Jacinta”) y novelas espirituales (incluyen valores cristianos, como el amor y la caridad, y destaca “Misericordia”). Por último, sobresale Leopoldo Alas (“Clarín”), cuya extensa obra se compone únicamente de dos novelas: “Su único hijo” y “La Regenta”. Esta última gira en torno al tema del adulterio, contando con  más de un centenar de personajes (como Ana Ozores y Don Fermín) que pueblan la ciudad de Vetusta (Oviedo) y representan todos los estamentos sociales. “Clarín” también sobresale por sus cuentos (como “¡Adiós, Cordera!” o “Pipá”), en los que se pueden distinguir dos tendencias: una inicial en la que predomina un enfoque crítico y burlesco, y otra, más madura, llena de sensibilidad y ternura.

            El Naturalismo surgió a raíz del auge de los avances científicos, defendiendo que el ser humano está determinado por las leyes de la herencia biológica, el medio social y el momento histórico. Zola está considerado como el mayor teórico de esta tendencia, pues  expuso los principios del Naturalismo en su obra “La novela experimental”. El Naturalismo propugnaba que la literatura no debía limitarse a observar y reflejar la realidad, sino que debía interpretar los diferentes hechos cotidianos. Las características de este movimiento son: el análisis de la realidad (se centra especialmente en aquellas realidades más desagradables o problemáticas), la búsqueda de la raíz del problema (proponen las posibles causas que provocan los males descritos en sus obras, como la herencia familiar o el medio social), el intento de encontrar soluciones (pretenden remediar estas situaciones desfavorables mediante alternativas educativas) y el acercamiento de la literatura a conceptos y preceptos científicos (existe un afán por estudiar al ser humano, por lo que predominan los textos expositivos y descriptivos). Dentro de los autores naturalistas españoles destacan Emilia Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez. Las obras más importantes de la primera son “La tribuna” y “La cuestión palpitante”, en las que se reflejan ambientes decadentes y desarraigados. Aunque su obra más relevante es “Los pazos de Ulloa”. Con respecto a Vicente Blasco Ibáñez, diremos que fue un magnífico autor en la descripción de paisajes y que de él destacan obras como “La barraca” o “Cañas y barro”.

4. El Modernismo y la Generación del 98.

            El Modernismo nace en Hispanoamérica a finales del siglo XIX y se desarrolla a lo largo de la primera década del siglo XX. Resaltan como temas: la evasión, la sensualidad y el erotismo, la mitología, la mujer y el cosmopolitismo. Se utiliza un estilo caracterizado por: el léxico elevado, la sintaxis impresionista, las sinestesias, el empleo de símbolos  y el uso de diferentes formas métricas. En la poesía Modernista destacan: Rubén Darío (del que destacan “Prosas profanas”, “Cantos de vida y esperanza” y “Azul”), Manuel Machado (autor de “Alma” y “Cante jondo”) y Juan Ramón Jiménez (del que destacan “Almas de violeta”, “Estío”, “Diario de un poeta recién casado”, “La estación total” y “Platero y yo”, obra perteneciente a la prosa poética). En la novela modernista se produce la irrupción del subjetivismo y la preocupación artística, destacando “Las sonatas” de Valle-Inclán y “Cuentos” de Rubén Darío. El teatro modernista se caracteriza por: el antirrealismo; el teatro en verso como aquel que fue más cultivado; el hecho de que fue resultado de la salvación de mitos nacionales; el cultivo del teatro histórico; la ideología tradicionalista; y el hecho de que la acción se sitúa en tiempos remotos o en lugares lejanos y exóticos. Entre los autores dramáticos más destacados sobresalen: Marquina con “Las hijas del Cid”; los hermanos Machado con “La Lola se va a los puertos”; y Pemán con “El divino impaciente”.

            La generación del 98 está formada por un grupo de autores a los que les une la crítica a la decadencia española por la pérdida de las últimas colonias en 1898. En poesía, los autores del 98 participan en su renovación, afirmando que lo importante en la poesía es el contenido y no tanto la forma. Entre los principales autores de poesía destacan: Antonio Machado (con “Soledades, galerías y otros poemas”, “Campos de Castilla” y “Nuevas canciones”) y Unamuno (con “El Cristo de Velázquez”).

            La novela del 98 se caracteriza por: la angustia filosófica; la desaparición los aspectos del Realismo; la estructuración alrededor de un personaje; la sustitución de incidentes por diálogos; los héroes son casi trágicos, analíticos y conscientes; y la aparición de la preocupación por España. En el estilo predomina la estética antirretórica. Los novelistas más destacados son: Baroja, Unamuno, Valle-Inclán y “Azorín”. La obra de Baroja se caracteriza por: la desconfianza en el ser humano y la influencia de las corrientes filosóficas europeas. Sus principales obras son: “El árbol de la ciencia”, “Zalacaín el aventurero” y “La busca”. Unamuno, por su parte, denominó a sus novelas nivolas, siendo sus rasgos más característicos: los personajes denominados “agonistas”, el escaso interés hacia el marco espacial y temporal, y la importancia de los diálogos. Destacan sus obras “Niebla” y “San Manuel Bueno, mártir”. En cuanto a la obra de Valle-Inclán, podemos decir que se divide en estas etapas: etapa de las sonatas (su estilo es sensorial y refinado y destaca “Sonatas”), etapa entre las “Sonatas” y los esperpentos (llena sus novelas de ambientes rurales y fuertes contrastes, destacando “La guerra carlista”) y etapa esperpéntica (destaca “Tirano Banderas”). Por último, la obra de “Azorín” se caracteriza por: la trama ligera y sencilla; el carácter autobiográfico; la oposición a la religión; y el paso del tiempo y fugacidad de la vida. Destacan sus obras “La voluntad” y “Doña Inés”.

            Las obras teatrales de la generación del 98 quisieron influir en la sociedad para intentar cambiarla, pero fracasaron (excepto Valle-Inclán) por hacer un teatro excesivamente filosófico. Los autores principales son: Unamuno (que escribió un teatro de ideas, destacando “Fedra” y “El otro”), “Azorín” (escribió un teatro alejado del realismo, sobresaliendo sus obras “Angelita” y “Lo invisible”) y Valle-Inclán (en cuya obra se diferencian varias etapas: teatro poético, con “El marqués de Bradomín”; teatro de ambiente rural y mítico, con “Divinas palabras”; farsas, con “Tablado de marionetas para educación de príncipes”); y esperpentos, que constituyen la deformación grotesca de personajes, situaciones y ambientes, destacando “Luces de bohemia” y “Martes de carnaval”). Con respecto al ensayo, diremos que se convirtió en uno de los géneros más apreciados por la generación del 98. La temática del ensayo tuvo un denominador común: la situación de España, abarcándose también temas como el amor a Castilla o el sentido de la vida. Destacan tres ensayistas: Unamuno, “Azorín” y Machado. En sus ensayos, Unamuno muestra su preocupación por España y lo que él llama intrahistoria. Entre sus reflexiones, en las que aparecen los temas de Dios y la muerte, destacan obras como “Vida de don Quijote y Sancho” o “Del sentimiento trágico de la vida”. “Azorín”, por su parte, destaca por dos ensayos: “Ensayos de un pequeño filósofo” (trilogía compuesta por “Los pueblos”, “La ruta de don Quijote” y “Castilla”) y “Ensayos de crítica literaria”. Destacar por último a Machado, con su ensayo “Juan de Mairena”.

5. El Novecentismo y las Vanguardias.

            El Novecentismo comenzó en la primera década del siglo XX, alcanzó su máxima afirmación hacia 1914 finalizó en torno a 1930. En esta corriente se buscó la plasmación de un nuevo espíritu y una nueva sensibilidad.

            Podemos distinguir dos etapas dentro de la novela novecentista: etapa realista y etapa vanguardista. La etapa realista se caracterizó por: las tramas complejas; las descripciones; la utilización del diálogo para dar consistencia a las composiciones; el suspense; los ambientes típicos; y los asuntos amorosos. Los autores más destacados de este periodo fueron: Concha Espina (con “La esfinge maragata”); Ricardo León (con “Casta de hidalgos”); Soler; y Ledesma. Con respecto a la etapa vanguardista, diremos que en ella surgieron obras donde empiezan a aparecer modos narrativos innovadores, caracterizándose por: la superación del realismo; la utilización de la perspectiva; el humor evasivo; la huida del sentimentalismo; la preocupación por la lengua; y la pulcritud. Como autores más destacados podemos señalar a: Pérez de Ayala (su obra se divide en varias etapas: novelas autobiográficas, como “La pata de la raposa”; novelas líricas, como “La caída de los limones”; y novelas intelectuales, como “Belarmino y Apolonio”); Gabriel Miró (autor consagrado por novelas líricas y formalistas, como “Nuestro padre san Daniel” y “El obispo leproso”, y el relato breve “El libro de Sigüenza”); y Gómez de la Serna (este escribió: novelas, como “El incongruente” y “El doctor inverosímil”; biografías, como “Automoribundia”; y greguerías, frases breves en las que el autor reinterpreta la realidad a través de asociaciones de palabras). En el Novecentismo, el teatro no triunfó, ya que las obras estaban hechas más para la lectura que para la representación. Como obras más representativas sobresale el denso y culto teatro de Grau (con “El señor de Pigmalión”), y las complicadas obras de Gómez de la Serna (como “La utopía” y “El laberinto”).

            El ensayo sirvió a los autores novecentistas para defender el valor de la inteligencia y de la disciplina en el trabajo, destacando Ortega y Gasset y Eugenio d’Ors. En su obra, Ortega y Gasset aborda temas sociológicos, filosóficos, históricos y literarios, defendiendo la preponderancia de la emoción estética sobre la emoción humana, es decir, defendía la “deshumanización” del arte. Entre sus obras destacaron: “La España invertebrada”, “La rebelión de las masas” y “La deshumanización del arte” (engloba las características de todas las nuevas tendencias). Con respecto a Eugenio d’Ors, diremos que creó un ensayo propio conocido como “glosa”, la cual era un pequeño comentario en el que el autor comprobaba el ambiente cultural y político de la época, destacando “La bien plantada” y “Tres horas en el Museo del Prado”. El mayor representante de la poesía novecentista fue Juan Ramón Jiménez, cuya obra podemos dividir en tres etapas: sensitiva (destaca “Almas de violeta”, que insinúa rasgos de la poesía posterior del autor), afán de conocimiento de la realidad (destacan “Estío” y “Diario de un poeta recién casado”) y necesidad de conciencia interior (sobresale  La estación total”). Este autor escribió también prosa poética, destacando su obra “Platero y yo”.

                En los primeros años del siglo XX, surgen en Europa los “movimientos de vanguardia”, caracterizados por: el rechazo ante las manifestaciones artísticas anteriores; la creatividad y la originalidad como prioridades; la experimentación; la irracionalidad; el elitismo (seguimiento minoritario de un público selecto); la rebeldía y la provocación; y la intención lúdica (afán del arte por el arte). En Europa los movimientos de vanguardia más destacados son: el futurismo (fundado por Marinetti y basado en la destrucción de la sintaxis y la omisión de puntación e imágenes convencionales), el dadaísmo (fundado por Tristan Tzara y caracterizado por el nihilismo), el cubismo (cuyo principal representante fue Apollinaire y que buscaba representar la realidad desde varios puntos de vista a la vez), el expresionismo (buscó ahondar en el interior de las cosas para encontrar los rasgos más importantes de lo que se quiere reflejar, obteniéndose imágenes grotescas y deformes) y el surrealismo (fue ideado por André Breton, se caracterizó por el interés por el subconsciente y bebió del dadaísmo y del psicoanálisis).   

            España recibió también de forma rápida los movimientos de vanguardia caracterizándose las vanguardias hispánicas por: la conciencia artística plena (se mantuvo una actitud menos radical y doctrinaria); la influencia selectiva de las vanguardias; y la aceptación del pasado. En las vanguardias hispánicas destacaron dos corrientes: el ultraísmo y el creacionismo. El ultraísmo se caracterizó por: las fuentes diversas (incorpora elementos de diversas vanguardias); el arte efímero (no buscaron una arte que cambiara la vida o la sociedad); y la ausencia sentimental. Como principal representante destacó Gerardo Diego. Con respecto al creacionismo, diremos que se asentó en la literatura hispánica gracias a varios poetas (como Vicente Huidobro, su creador, y Gerardo Diego), caracterizándose por buscar: un arte nuevo (basado en el rechazo a la limitación de la realidad); un poeta-dios (el poeta creacionista no imita la realidad, sino que la crea); y un lenguaje poético (el poeta inventa nuevas imágenes y relaciones).

6. La poesía de la Generación del 27.

            Se puede hablar de generación del 27 para referirse a un grupo muy amplio de escritores que comparten los requisitos de Petersen. La unión de estos escritores comenzó en los años veinte y se disolvió en 1936, tras la Guerra Civil. Este grupo atravesó cuatro etapas: etapa de influencia vanguardista junto al neopopularismo de Lorca, Alberti y Cernuda; etapa de neogongorismo; etapa de influencia surrealista; y etapa de trayectorias individuales a partir de 1936.

            Las características generales de la poesía de la generación del 27 fueron las siguientes: la renovación de la poesía; la admiración hacia Góngora y otros clásicos; el contraste entre antigüedad y modernidad, y entre universalidad y nacionalidad; la revolución de la poesía popular; y la revalorización del romance y otras estrofas tradicionales. En la obra de los autores del 27, destaca la influencia del surrealismo francés de Paul Valery y la literatura hispanoamericana de autores como César Vallejo y Pablo Neruda. Dichas influencias se notaron especialmente en la creación de imágenes y metáforas referidas a lo irreal, el subconsciente y lo onírico, sin ser los mundos alejados de la realidad un fin en sí mismos, sino un medio. Los temas más frecuentes de esta poesía son la ciudad, la naturaleza y el amor. En cuanto al estilo, señalaremos lo siguiente: existe un repertorio variado en cuanto a la métrica; utilizan estrofas tradicionales, tanto cultas como populares; y experimentan con el verso libre, el verso blanco y el versículo.

            Los autores más destacados de la poesía de la generación del 27 son: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Federico García Lorca y Luis Cernuda. La obra de Salinas se divide en tres etapas: primera (destacan “Presagios” y “Seguro azar”), segunda (sobresalen “La voz a ti debida” y “Razón de amor”) y tercera (tras la guerra, su poesía se tiñó de dramatismo y dolor, destacando por “El contemplado”). Su estilo se caracteriza por la búsqueda de la esencia de la vida y de la belleza formal, y el lenguaje poético aparentemente sencillo. Guillén es el poeta más puro e intelectual del grupo. Entre sus obras destacan: “Cántico” (libro que muestra de forma clara y desbordante la alegría del hecho de vivir), “Clamor” (obra formada por tres libros, “Maremágnum”, “Que van a dar en la mar” y “A la altura de las circunstancias”, en los que utiliza un tono negativo) y “Homenaje”. Guillén utiliza una forma de expresión muy elaborada y, en métrica, medidas cortas y estrofas clásicas. La obra poética de Gerardo Diego es difícil de clasificar debido a su eclecticismo, pudiendo diferenciarse dos etapas: poesía relativa (destacan “Sonetos a Violante” y “Versos humanos”) y poesía de vanguardia (destacan “Imagen” y “Manual de espumas”, obras cercanas al creacionismo). En su estilo, utiliza varios registros, combinando las técnicas de vanguardia y las formas más tradicionales. Vicente Aleixandre ganó el Premio Nobel de Literatura en 1977. Su visión del mundo se apoyaba en los pilares del amor, la naturaleza y la muerte, destacando en su obra tres etapas: primera (destacan “Ámbito”, “Pasión por la tierra” y “La destrucción o el amor”), segunda (sobresale “Historia del corazón”) y tercera (destaca “Poemas de la consumación”). Su estilo se caracteriza por: el uso de metáforas innovadoras; el gran cuidado en el empleo del léxico, los paralelismos y las anáforas; y el predominio del verso libre. La poética de Alberti gira alrededor del paraíso soñado representado en el mar, el amor, el dolor o el destino. Destacan sus obras: “Marinero en tierra” (expresa la profunda nostalgia por el mar de su Cádiz natal), “Cal y canto” (se aprecia la influencia vanguardista y el lenguaje culto y barroco propio de Góngora), “Sobre los ángeles” (se centra en temas como el amor, la ira, el fracaso o el desconcierto), “El poeta en la calle” y “De un momento a otro” (ambas obras pertenecen a la poesía social, en la que el autor se revela como poeta revolucionario). Su obra se caracteriza por la amplísima variedad de estilos y temas, así como por el uso de anáforas, del verso libre y de imágenes surrealistas. Los temas predominantes en la poesía de Lorca son la muerte ineludible y el amor como frustración, que desembocan frecuentemente en tragedia. En su obra destacan dos etapas: primera (destacan: “Libro de poemas”; “Poema del cante jondo”; y “Romancero gitano”) y segunda (en la que destacan: “Poeta en Nueva York”, obra en la que cambia de estilo, decantándose por la conciencia social, la influencia surrealista y el uso de imágenes cercanas al movimiento; “Diván del Tamarit”; y “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”). En su estilo destaca: la fusión de lo culto y lo popular; los símbolos; el uso de imágenes nuevas con influencias vanguardistas; y la combinación de romances y estribillos con estrofas clásicas o incluso el versículo. Por último, sobresale Luis Cernuda, cuya obra se divide en estas etapas: etapa sevillana (destacan “Perfil del aire” y “Égloga, elegía, oda”); etapa madrileña (sobresalen “Los placeres prohibidos”, “Donde habite el olvido” y “La realidad y el deseo”) y etapa en el exilio (destaca “Con las horas contadas”). El estilo de sus realizaciones se caracteriza por: la expresión de su insatisfacción vital; el predominio de la soledad, el paso del tiempo y el amor como experiencia jubilosa o dolorosa; la utilización del verso libre combinado con estrofas tradicionales; y el empleo de símbolos e imágenes.

7. El teatro anterior a 1939. Tendencias, autores y obras principales.

            El teatro del primer tercio del siglo se reparte en dos frentes: teatro que triunfa y teatro innovador.

            El teatro que triunfa está englobado dentro del teatro comercial y en él destacan tres tendencias: la comedia burguesa; el teatro modernista en verso o poético; y el teatro cómico. La comedia burguesa, costumbrista o benaventina se dirige a la burguesía, siendo una nueva forma de teatro realista, en el que se realiza una crónica dramática de pequeños vicios y virtudes, y en la que aparece una crítica superficial. El principal representante de la comedia burguesa fue Jacinto Benavente, cuyas obras se mantienen en la línea de la llamada “comedia de salón”, a excepción de su obra maestra: “Los intereses creados”, que encierra una descarada visión de los ideales burgueses. Este autor también intentó el drama rural, con “Señora ama” y “La Malquerida”, pero no acertó a encontrar un lenguaje rural y, a la vez, poético. Respecto al teatro modernista, diremos que este se caracterizó por: el antirrealismo; el cultivo del teatro en verso; el hecho de que fue resultado de la salvación y el rescate de mitos nacionales; el cultivo del teatro histórico; la presencia de ideología tradicionalista; y el hecho de que la acción se sitúa en tiempos remotos y en lugares lejanos y exóticos. Entre los autores dramáticos más destacados sobresalen: Marquina con “Las hijas del Cid”; los hermanos Machado con “La Lola se va a los puertos”; y Pemán con “El divino impaciente”. Por otro lado, con respecto al teatro cómico, diremos que su finalidad básica era el entretenimiento del público. En él, sobresalen dos géneros (la comedia costumbrista y el sainete) y los temas y ambientes que aparecen son castizos. Dentro de este teatro destacó el género llamado astracán, creado por Muñoz Seca y consistente en una comedia de acción disparatada. Los autores y obras más destacados fueron: los hermanos Álvarez Quintero (que llevan a escena una Andalucía tópica, con obras como “Las de Caín”); Carlos Arniches (que destacó por los sainetes de ambiente madrileño, como “El santo de la Isidra”, y por la tragedia grotesca, como “La señorita de Trevélez”); Pedro Muñoz Seca (que creó el astracán, género cómico de acción disparatada, destacando “La venganza de Don Mendo”); Enrique Jardiel Poncela (autor de “Amor se escribe sin hache”); y Alejandro Casona (autor de “La sirena varada”).

            Respecto al teatro innovador anterior a 1939, destacan obras de autores pertenecientes a tres corrientes: la generación del 98, el Novecentismo y la generación del 27. Las obras teatrales de la generación del 98 quisieron influir en la sociedad para intentar cambiarla, pero fracasaron (excepto Valle-Inclán) por hacer un teatro excesivamente filosófico. Los autores principales son: Unamuno, “Azorín” y Valle-Inclán. Unamuno plasmó en su teatro los conflictos humanos que le obsesionaban. El suyo es un retrato de ideas, con escasa acción dramática y un denso diálogo, destacando de él “Fedra” y “El otro”. “Azorín”, por su parte, hizo tardíamente un teatro alejado del realismo y basado en la palabra y en la desnudez escenográfica. Destacan temas como la felicidad, el tiempo y la muerte, y tienen una gran importancia los diálogos en sus obras, entre las que destacan “Angelita” y “Lo invisible”. Finalmente, de Valle-Inclán diremos que en su obra se diferencian varias etapas: teatro poético (destaca “El marqués de Bradomín”); teatro de ambiente rural y mítico (destaca “Divinas palabras”); farsas (sobresale “Tablado de marionetas para educación de príncipes”); esperpentos (el esperpento es la deformación grotesca de personajes, situaciones y ambientes, de modo que se destruya la realidad, transformando su imagen aparente). A través de este género, el autor critica incisivamente a la sociedad, destacando “Luces de bohemia” y “Martes de carnaval”. Por otro lado, en el Novecentismo, el teatro no tuvo gran importancia, ya que las obras que se realizaron eran vanguardistas, es decir, estaban hechas más para la lectura que para la representación. Como autores más representativos tenemos a Grau (con “El señor de Pigmalión”) y a Gómez de la Serna (con “La utopía” y “El laberinto”). Finalmente, respecto al teatro del 27, diremos que evolucionó desde un mayor vanguardismo a un acercamiento al público, convirtiéndose en el teatro del pueblo. Los autores más destacados son: Alberti (con “El hombre deshabitado” y “El adefesio”) y Lorca. La creación dramática de este último comenzó en su juventud, con influencias modernistas (destacan “El maleficio de la mariposa”, “Mariana Pineda” y “La zapatera prodigiosa”) y con obras de más carácter surrealista (como “Así que pasen cinco años” y “El público”). Las tres obras más destacadas del teatro lorquiano son: “Bodas de sangre” (alegoría de la fuerza de la pasión dominada por el destino), “Yerma” (tragedia de una mujer estéril cuya única ilusión en la vida es ser madre) y “La casa de Bernarda Alba” (presenta el choque entre el autoritarismo de Bernarda y el deseo de libertad de sus cinco hijas). Mantuvo la línea estilística y temática de su poesía, destacando estas características: temas como el amor, la libertad y la muerte; lenguaje lleno de metáforas e imágenes simbólicas; deseo de que el espectador se implique en su teatro; y presencia personajes femeninos como los más destacados en sus obras.

8. La novela española de 1939 a 1974. Tendencias, autores y obras principales.

            Podemos dividir la novela española de 1939 a 1974 en estos periodos: década de los 40, década de los 50, década de los 60 y década de los 70 hasta 1975.

            En la década de los 40, después de la Guerra Civil, se impuso un nuevo realismo, pudiéndose diferenciar a los escritores que escribieron en el exilio de los que lo hacen en España. En la novela del exilio, los autores tratan fundamentalmente sobre la Guerra Civil o América, destacando: Max Aub (con “Campo cerrado”), Francisco Ayala (autor de “Los usurpadores”) y Ramón J. Sender (con “Réquiem por un campesino español”). Dentro de España, en la novela se dieron varias tendencias. Primeramente, tendió a temas sobre la guerra, vistos con los valores de los vencedores y destacando: Concha Espina (con “Retaguardia”), Agustín de Foxá (con “Madrid de Corte a Checa”), Rafael Serrano (con “La fiel infantería”) y Torrente Ballester (con “Javier Mariño”). En segundo lugar, abundaron las biografías noveladas de personajes históricos y de santos. En tercer lugar, se escribieron novelas de realismo tradicional, destacando: Zunzunegui (con “La quiebra”), Fernández Flores (con “Lola, espejo oscuro”) e Ignacio Agustí (con “Mariona Rebull”). Por último, en esta década sobresalió un tipo de novela existencialista que trató de reflejar la vida cotidiana con gran realismo. Como la censura hizo imposible cualquier intento de denuncia, los autores trasladaron el malestar social a la esfera personal, utilizando un lenguaje coloquial. Los autores más destacados fueron: Camilo José Cela (con “La familia de Pascual Duarte”), Carmen Laforet (con “Nada”) o Miguel Delibes (con “La sombra del ciprés es alargada”).

            En la década de los 50, la novela se introdujo en el realismo social a partir de la publicación de “La colmena”. Este tipo de obras se caracterizaron por tratar de transmitir una denuncia social, destacando dos tendencias: la objetivista y la del realismo crítico. El narrador objetivista se propone reflejar, con el máximo de veracidad, la realidad, renunciando a cualquier comentario personal. El narrador crítico proyecta su ideología sobre los personajes y hace más explícita la denuncia social. En ambos, los temas se desplazan de lo individual a lo colectivo, y los personajes representan las distintas clases sociales. La estructura del relato es lineal y aparentemente sencilla, y predomina el diálogo. El lenguaje adoptó el estilo de la crónica, siendo directo y sencillo. Entre los autores del realismo objetivista destacaron: Jesús Fernández Santos (con “Los bravos”); Ignacio Aldecoa (con “El fulgor y la sangre”); Rafael Sánchez Ferlosio (con “El Jarama”); Carmen Martín Gaite (con “Entre visillos”); y Camilo José Cela (con “La colmena”). Por otra parte, los autores del realismo crítico más importantes fueron: Juan Goytisolo (con “Duelo en el Paraíso”); Gironella (con “Los cipreses creen en Dios”); Ana María Matute (con “Primera memoria”); Juan Marsé (con “Últimas tardes con Teresa”); García Hortelano (con “Nuevas amistades”); Miguel Delibes (con “El camino”, “Las ratas”, “La hoja roja” y “Mi idolatrado hijo Sisí”); y Alfonso Grosso (con “La zanja”).

            En la década de los 60, los autores se vieron influenciados por aportaciones de los grandes novelistas extranjeros y, en especial, de los autores hispanoamericanos. Así, apareció una drástica renovación de fondo y forma, llevándose a sus últimas consecuencias las técnicas experimentales. Las características más destacadas de la novela de los 60 fueron: estructuración del relato en secuencias separadas por espacios en blanco; relegación del argumento a un segundo plano; sucesión alternativa de las historias; defensa de la desaparición del autor; pérdida de peso del diálogo a favor del estilo indirecto libre y del monólogo interior; mayor importancia de las descripciones; tratamiento individualizado de los personajes; narración no cronológica de las historias; comienzo del relato de manera abrupta y final abierto; e incorporación en el lenguaje de todos los registros del habla. Entre los autores, destacaron: Luis Martín Santos (con “Tiempo de silencio”); Juan Benet (con “Región” y “Volverás a Región”); Miguel Delibes (con “Cinco horas con Mario” y “Parábola del náufrago”); Juan Marsé (con “La otra cara de la luna” y “Si te dicen que caí”); Juan Goytisolo (con “Juegos de manos” y “Señas de identidad”); y Luis Goytisolo (con “La cólera de Aquiles”).

            Tras estos años de frenesí renovador, en la década de los 70, se recuperó la trama y los personajes, y se volvió al uso de la primera y tercera personas narrativas, recuperándose también los diálogos. De este modo, en general, los autores volvieron a centrarse en contar historias, prosiguiendo algunos con el experimentalismo. Entre dichos autores, destacaron: experimentalistas (como Luis Goytisolo), neorrealistas (como: Juan José Millás, con “Cerbero son las sombras”; Javier Marías, con “Los dominios del lobo”; Miguel Delibes, con “Los santos inocentes”; Camilo José Cela, con “San Camilo, 1936”; Juan Marsé, con “La oscura historia de la prima Montse”; y Torrente Ballester, con “La saga/fuga de J. B.”) y autores de novela histórica (como Antonio Muñoz Molina; Eduardo Alonso; Manuel Vázquez Montalbán; Eduardo Mendoza; y Francisco Umbral).

9. El teatro de 1939 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales.

            Podemos dividir el teatro posterior a 1939 en estos periodos: década de los 40, década de los 50, década de los 60 y década de los 70 en adelante.

            Respecto a la década de los 40, diremos que la Guerra Civil supuso una ruptura en el teatro español, debido a que los grandes renovadores de la escena habían muerto durante la durante la misma o se habían exiliado. El teatro en el exilio tuvo un condicionamiento: el escritor español pertenecía a una cultura diferente que la del público del país que le acogía. Por ello, los dramaturgos exiliados tuvieron tres opciones: seguir cultivando los temas de España, escribir dramas atemporales o escribir teatro para el nuevo público. Los autores más destacados del teatro español fuera de España son: Alberti (con “Noche de guerra en el Museo del Prado” y “El adefesio”), Casona (con “La barca sin pescador” y “La dama del alba”) y Max Aub (con “San Juan”). Por otro lado, el teatro dentro de España se caracterizó por: buscar el entretenimiento (sigue la línea del teatro cómico), plasmar los valores tradicionales, proponer una crítica contenida centrada en las costumbres de la clase media, y presentar un final feliz. Como temas más importantes tenemos: el mundo real (se trata la desavenencia amorosa, la infidelidad o los problemas económicos) y el mundo poético (mundo fantástico que distorsiona la realidad). El estilo tiene estas características: se persigue el cultivo de piezas redondas (piezas “bien hechas”), los ambientes y personajes son burgueses, y se utilizan técnicas cinematográficas. Como autores, destacan: Calvo Sotelo, Luca de Tena, Pemán, Poncela, Mihura o Benavente.

            En la década de los 50, aparecieron tres tipos de teatro: teatro de herederos; teatro cómico; y teatro existencial-social. El teatro de herederos se caracterizó por: dar importancia a la pieza bien hecha; ser un divertido espejo de la realidad; ser un teatro evasivo y crítico, en el que se difunde el orden social establecido; utilizar técnicas cinematográficas; y por aparecer la comedia rosa. Los autores y obras más importantes son: Ruiz Iriarte (con “Juegos de niños”), Alejandro Casona (con “Los árboles mueren de pie”), Luca de Tena (con “¿Dónde vas Alfonso XII?”) y Calvo Sotelo (con “La muralla”). El teatro cómico, por su parte, es un teatro evasivo en el que se hilvanaban escenas costumbristas y sucesos más o menos inverosímiles, constituyendo el nuevo astracán, en el que se utiliza un lenguaje lleno de equívocos, juegos de palabras y chistes. Los autores y obras más significativas son: Poncela (con “Eloísa está debajo de un almendro” y “Los habitantes de la casa deshabitada”), Mihura (con “Tres sombreros de copa” y “El caso de la mujer asesinadita”) y Alejandro Casona (con “La dama de Alba”). Por último, en el teatro existencial-social aparece la atención por la gente que sufre, tratando los dramas de indagar la realidad para criticar situaciones injustas. Los autores y obras más destacadas son: Alfonso Sastres (con “Escuadra hacia la muerte” y “La mordaza”) y Buero Vallejo (con “Historia de una escalera” y “En la ardiente oscuridad”).

            En la década de los 60, distinguimos dos tipos de teatro: teatro de protesta y teatro comercial. El teatro de protesta, que rechazó el teatro del absurdo, se caracterizó por: tratar temas sociales; ser realista; y utilizar un lenguaje violento, directo y sin eufemismos. Entre los autores más destacados sobresalen: Muñiz (con “El grillo”), Olmo (con “La camisa”), Martín Recuerda (con “Los salvajes de Puente San Gil”), Alfonso Sastre (con “En la red”), y Buero Vallejo (con “El tragaluz”, “El concierto de san Ovidio” y “La fundación”). Por otro lado, el teatro comercial se redujo a un mero objeto de consumo y, por eso, se inhibe ante los problemas que España tiene planteados, enmascarándose la realidad. Entre los autores destacan: Alfonso Paso (con “Vamos a contar mentiras”), Alonso Millán (con “Ya tenemos chica”), y Antonio Gala (con “Los verdes campos del Edén” o “El sol en el hormiguero”).

            Fue, sobre todo, en la década de los 70 y en adelante cuando la apertura de la censura franquista permitió la entrada de corrientes europeas, como el teatro de Bertolt Brecht o el teatro del absurdo de Ionesco o Beckett. Estas influencias fueron fundamentales para la creación de obras que intentaron oponerse a los cánones establecidos. A partir de 1975, se consolidan los teatros independientes y proliferan las compañías de aficionados. La evolución teatral se tradujo en innovaciones escenográficas. Así, fueron muchos los dramaturgos de este periodo, destacando un teatro realista y un teatro más vanguardista. En el teatro realista destacaron: José Sanchis Sinisterra (con “¡Ay, Carmela!”), José Luis Alonso de Santos (con “La estanquera de Vallecas” y “Bajarse al moro”), Albert Boadella (fundó la compañía Els Joglars y destacó por “Yo tengo un tío en América”), Fernando Fernán Gómez (con “Las bicicletas son para el verano”) y Manuel Martínez Mediero (con “El último gallinero”). Por otra parte, en el teatro vanguardista destacaron: Luis Riaza (con “Retrato de dama con perrito”), Francisco Nieva (con “Los españoles bajo tierra” y “Es bueno no tener cabeza”) y diversas compañías teatrales independientes (destacan: Els Comediants, La Fura dels Baus, La Cuadra y Dagoll Dagom).

10. La poesía de 1939 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales.

            Podemos dividir la poesía posterior a 1939 en estos periodos: década de los 40, década de los 50, década de los 60, década de los 70 y poesía a partir de 1975.

            En la década de los 40, destacan dos tipos: poesía en el exilio y poesía en España. La poesía en el exilio, evolucionó temas de la Guerra Civil a otros como la evocación de las tierras españolas y el ansia de volver. Los autores y obras más significativas son: Serrano Plaja (con “Galope de la suerte”) y León Felipe (con “Español del éxodo y del llanto”). Por otra parte, la poesía en España se orientó por diferentes caminos: poesía arraigada, poesía desarraigada y otras tendencias. En la poesía arraigada encontramos a un grupo de poetas que se agrupó en torno a la revista “Garcilaso”, y que trataron de transmitir un afán optimista, una visión del mundo ordenada y serena, y un firme sentimiento religioso. En su estilo, destaca el uso de formas clásicas y de un lenguaje equilibrado. Los autores más destacados son: José García Nieto (con “Tú y yo sobre la tierra”), Rafael Morales (con “El corazón y la tierra”) y Luis Rosales (con “La casa encendida”). Frente a estos poetas, surgió la poesía desarraigada a raíz de la aparición de la revista “Espadaña” y la publicación de “Hijos de la ira”, de Dámaso Alonso. Esta tendencia se caracteriza por: tener un tono agrio y trágico; ser una poesía desazonada; tener presente la religión; y aparecer en ella un humanismo dramático y desesperado. El estilo empleado es directo y los autores más destacados fueron: Blas de Otero (con “Ángel fieramente humano”), Gabriel Celaya (con “Tranquilamente hablando”) y Dámaso Alonso (con “Hijos de la ira”). La distinción entre poesía arraigada y desarraigada no es absolutamente tajante, pues hay autores difícilmente encasillables, como: José Hierro (con “Tierra sin nosotros”) y J. María Valverde (con “La espera”). Por último, hablaríamos de otras tendencias, donde sobresale el Postismo, fundado por Carlos Edmundo de Ory y otros poetas. Esta tendencia enlaza con la poesía de vanguardia y rechaza la angustia existencial, destacando: Ángel Crespo, Alejandro Carriedo y Carlos Edmundo de Ory. Otra corriente destacada la formó “El Grupo Cántico”.

            En la década de los 50 se desarrollo una poesía social. Así, muchos poetas desarraigados se pasaron a esta tendencia, como: Gabriel Celaya (con “Las cartas boca arriba” y “Cantos iberos”), Blas de Otero (con “Pido la paz y la palabra”) y Vicente Aleixandre (con “Historia del corazón”). Estos poetas fueron dejando de lado las angustias personales para cantar las colectivas. En cuanto a la temática, destacó el tema de España, con títulos como: “Que trata de España”, de Blas de Otero, o “España, pasión de vida”, de Nora. En lo que se refiere al estilo, los poetas utilizaron un lenguaje claro, sobresaliendo: Ángel Valente (con “A modo de esperanza”), Gil de Biedma (con “Compañeros de viaje”), Rafael Morales (con “Canción sobre el asfalto”) y J. María Valverde (con “Con Versos del domingo”).

            En la década de los 60, el cansancio de la poesía social no tardó en llegar. Se buscó una superación del realismo, apareciendo como tema el retorno a lo íntimo, con el que se refleja tanto el inconformismo como el escepticismo de algunos poetas. El estilo, destaca empleado fue conversacional y antirretórico y utilizó un tono cálido y cordial. En estos poetas, renace el interés por los valores estéticos. Los autores más destacados fueron: José Hierro (con “Quinta del 42”); Claudio Rodríguez (con “Don de la ebriedad”); Ángel González (con “Sin esperanza, con convencimiento”); Jaime Gil de Biedma (con “Las personas del verbo”); y José Ángel Valente (con “El inocente”).

            En la década de los 70, se dieron diferentes tendencias poéticas, destacando los novísimos: grupo de poetas que se vio influenciado por autores hispanoamericanos, del 27, postistas y extranjeros. Entre los temas que tratan, encontramos: lo personal, lo público, la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam, y el contraste entre tonos graves y temas frívolos. Estos autores persiguen metas estéticas. En su estilo, destaca la búsqueda de un nuevo lenguaje y el experimentalismo. Los autores novísimos más relevantes fueron: Gimferrer (con “El miralls”), Guillermo Carnero (con “El azar objetivo”) y Leopoldo María Panero (con “Así se fundó Carnaby Street”).

            A partir de 1975, se aprecia cierto cansancio con respecto a la lírica de los novísimos y una paulatina renovación de la creación poética. La clasificación de las tendencias poéticas surgidas en este periodo es difícil, destacando: poesía de la experiencia (destacan: García Moreno, con “Completamente viernes”, y Felipe Benítez Reyes, con “Paraísos y mundos”); poética del silencio o neopurismo (destaca José Ángel Valente, autor de “No amanece el cantor”); neosurrealismo (destaca Blanca Andreu, con “De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall”); nueva épica (destacan Julio Llamazares y Martínez de Merlo); poesía clasicista (destacan: Andrés Trapiello, con “La vida es fácil”, y Antonio Carvajal, con “Siesta en el mirador”); neoerotismo (destaca Ana Rossetti, con “Los devaneos de Erato”); y decadentismo y culturalismo (destaca Antonio de Villena, con “El viaje a Bizancio”).

11. La novela y el cuento hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales.

            En la novela hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX podemos resaltar tres periodos: comienzo de la renovación narrativa, boom de la novela hispanoamericana en los años 60 y narrativa después del boom.

            A mediados de los años 40 se observa en Hispanoamérica un cansancio de la novela realista, lo que lleva a la aparición de nuevos temas y procedimientos. Este es el realismo mágico, en el que, entre los temas nuevos, destacó el interés por el mundo urbano y los problemas existenciales, todo ello mezclado con lo fantástico. Así, realidad y fantasía se presentarán enlazadas en la novela. En el terreno de la estética, se empezó a notar un mayor cuidado estilístico. A la vez que se atienden las innovaciones de autores extranjeros, se asimilan elementos oníricos propios del surrealismo. Entre los autores destacaron: Miguel Ángel Asturias (con “El señor presidente”); Borges (con “El Aleph”); Carpentier (con “El reino de este mundo” y “El siglo de las luces”); Ernesto Sábato (con “El túnel” y “Sobre héroes y tumbas”); Cortázar (con “Rayuela”); Juan Rulfo (con “Pedro Páramo”); y Onetti (con “La vida breve”).

            Posteriormente, en los años 60, se produjo el boom de la novela hispanoamericana, que continuó años más tarde. En 1962 se publicó en España “La ciudad y los perros”, de Vargas Llosa, y en 1967 llegaba “Cien años de soledad”, de García Márquez. Por estas fechas aparecen además novelas como: “El astillero”, de Onetti; “La muerte de Artemio Cruz”, de Carlos Fuentes; o “Paradiso”, de Lezama Lima. Los nuevos novelistas continuaban en la línea de las innovaciones del realismo mágico, pero llevaron tales innovaciones a sus últimas consecuencias. Se confirmó la ampliación temática y se incrementó la preferencia por la novela urbana, manteniéndose el análisis crítico de la realidad y la preocupación por lo social. La integración de lo fantástico y lo real se consolidó. Fue en el terreno de las formas es donde se observa una mayor ampliación artística, destacando las siguientes características: la ruptura de la línea argumental; la posibilidad de empezar la historia por el principio, pero también por el medio (in media res) o por el final (in extrema res); los cambios de puntos de vista (perspectivismo); la posibilidad de que haya varias personas narrando los sucesos desde su propia perspectiva; la combinación de las personas narrativas; la utilización del estilo indirecto libre u del monólogo interior de los personajes; o la ruptura de la línea temporal (se utilizaron técnicas como la contrapuntística y la caleidoscópica). Esta experimentación estilística afectó de modo peculiar al lenguaje, que se caracterizó por: introducción de frases en diferentes idiomas; invención de palabras o lenguajes inexistentes; ruptura con la puntuación tradicional; alternancia del vocabulario culto con el popular e, incluso, el vulgar; la distorsión sintáctica y léxica; y la utilización densa del lenguaje poético. Otros autores destacados fueron: Cabrera Infante (con “Tres tristes tigres”) y Álvaro Mutis (con “Empresas y tribulaciones de Magroll el Gaviero”).

            En los años después del boom, los integrantes del mismo fueron perdiendo su imagen de grupo, siendo difícil establecer características comunes. Sin embargo, podemos nombrar estos rasgos colectivos: evolución del realismo mágico (se incorpora lo mágico a la vida cotidiana, destacando Isabel Allende con “La casa de los espíritus”); humor e ironía (son esenciales en las revisiones del pasado personal o histórico, destacando Alfredo Bryce con “Un mundo para Julius”); referencias literarias (sobresale “Un viejo que leía novelas de amor”, de Luis Sepúlveda); referencias cinematográficas (destaca “El beso de la mujer araña”, de Manuel Puig); y elaboración lingüística (se aprecia un interés mayor por la elaboración lingüística que por el tema o la estructura). En general, y aunque no desaparece la denuncia de situaciones injustas, los últimos años han producido novelas menos comprometidas y más enfocadas hacia problemas individuales, destacando autores como Zoe Valdés, Jorge Edwards o Laura Esquivel.

            Por otro lado, habría que hablar del cuento hispanoamericano, que supuso un nexo entre los movimientos de vanguardia de los años 20 y el “boom” narrativo de los 60. Así, dentro de la prolífica tradición hispanoamericana del relato corto es posible señalar diferentes tendencias: cuento realista (a lo largo de los años, esta línea realista incorporará los temas y técnicas del realismo existencial, del realismo comprometido y del neorrealismo); cuento fantástico (en este tipo de obra se introduce en lo cotidiano un elemento de extrañeza, se acaba con finales impactantes y existe una influencia del surrealismo y de la literatura fantástica anglosajona, sobresaliendo Borges, Cortázar y Augusto Monterroso); y realismo mágico (son cuentos en los que la realidad y la fantasía no funcionan como elementos antagónica, sino que forman parte del mismo mundo, destacando Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Miguel Ángel Asturias). A partir de la decadencia del “boom”, tal y como sucede en la novela, la variedad de propuestas estéticas es enorme, pero sí puede señalarse como característico el abundante cultivo del microrrelato o microcuento, sobresaliendo Augusto Monterroso y Juan José Arreola.

12. La novela española de 1975 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales.

            Como introducción, diremos que, tras la muerte del general Franco (20 de noviembre de 1975), se fomentó un mejor conocimiento de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España. A ello contribuyó significativamente la desaparición de la censura, la recuperación de la obra de los escritores exiliados y un mayor conocimiento de la narrativa de otros países. Es difícil establecer objetivos o propósitos comunes en los novelistas de las dos últimas décadas del siglo XX. De manera muy general, se puede observar un alejamiento del experimentalismo y una vuelta al interés por la anécdota, la recreación de tipos y la reconstrucción de ambientes, recuperándose la narratividad, hecho que se manifestó en la obra de Eduardo Mendoza titulada “La verdad sobre el caso Savolta”. Otras características de este periodo, además de la vuelta al placer de contar historias, son: la enorme proliferación de títulos, el incremento del número de escritoras, y la vinculación entre la labor literaria y la periodística.

            Entre las tendencias desarrolladas a partir de 1975, destacaron: la novela de intriga y policíaca; la novela histórica; la “novela del novelar” o ficción metanovelesca; la novela intimista y realista; la novela testimonial; la novela experimental; y la novela erótica. Respecto a las novelas de intriga y policíacas, decir que el éxito de esta corriente radica en la adaptación de un producto puramente americano a la cultura española. Entre las obras más destacadas de esta tendencia encontramos: “Galindez” y “Los mares del sur”, de Vázquez Montalbán; “El invierno en Lisboa”, de Muñoz Molina; o “No acosen al asesino”, de José María Guelbenzu. Asimismo, encontramos novelas que no pertenecen en rigor a esta categoría, pero que incorporan recursos del relato policíaco, como “Visión del ahogado”, de Juan José Millás, o “Queda la noche”, de Soledad Puértolas. Tampoco faltan relatos que optan por unir intriga y parodia del género policíaco, como “El misterio de la cripta embrujada”, de Eduardo Mendoza. Las novelas históricas, por su parte, sitúan la acción en marcos temporales pasados, destacando: “El capitán Alatriste”, de Arturo Pérez Reverte; “La vieja sirena”, de José Luis Sampedro; o “El testimonio de Yarfoz”, de Rafael Sánchez Ferlosio. En diversas ocasiones este tipo de obras se realizan desde una óptica irónica y desmitificadora, como sucede en “Fabulosas narraciones por historias”, de Antonio Orejudo, o en “Las Máscaras del héroe”, de Juan Manuel de Prada. Además, en esta tendencia cabría incluir los relatos sobre la Guerra Civil o la posguerra, destacando: “Luna de lobos”, de Julio Llamazares; “Beatus ille”, de Antonio Muñoz Molina; “Las trece rosas”, de Jesús Ferrero; “Soldados de Salamina”, de Javier Cercas; “Octubre, octubre”, de José Luis Sampedro; “Los niños de la guerra” de Josefina Aldecoa; y “La voz dormida”, de Dulce Chacón. En la “novela del novelar” o ficción novelesca, el tema central es la propia creación literaria y el protagonista es con frecuencia un escritor, sobresaliendo: “Gramática parda”, de Juan García Hortelano, y “La orilla oscura”, de José María Merino. En relación a la novela intimista, diremos que este tipo de obras están protagonizadas por una persona de mediana edad, habitualmente desconcertada y angustiada, que vive en un espacio urbano y que tiene problemas íntimos, pudiendo destacarse: “El desorden de tu nombre”, de Juan José Millás; “La escala de los mapas”, de Belén Gopegui; “Juegos de la edad tardía”, de Luis Landero; “Recuerdos de otra persona”, de Soledad Puértolas; “La lluvia amarilla”, de Julio Llamazares; “Mortal y rosa”, de Francisco Umbral; y “Corazón tan blanco”, de Javier Marías. Por otra parte, en la novela realista, encontramos realizaciones como: “La hija del caníbal”, de Rosa Montero; “La vida oculta”, de Soledad Puértolas; y “Atlas de geografía humana”, de Almudena Grandes. La novela testimonial fue una tendencia minoritaria en la que los autores construyen relatos realistas sobre problemas sociales, como la defensa de la condición femenina en “Te trataré como a una reina”, de Rosa Montero, o la vida de los más jóvenes en “Héroes”, de Ray Loriga, o “Historias del Kronen”, de José Ángel Mañas. Respecto a la novela experimental, diremos que fueron muy escasos los títulos que en ella pueden inscribirse, sobresaliendo Miguel Espinosa con “Escuela de mandarines”. Finalmente, hablaremos de la novela erótica, que fue cultivada en su mayoría por mujeres, entre las que destacaron: Almudena Grandes, con “Las edades de Lulú”; y Lucía Etxebarría, con “Beatriz y los cuerpos celestes”. Al margen de estas tendencias, siguen escribiendo autores de otras épocas, como Miguel Delibes, con “El hereje”, y Camilo José Cela, con “Cristo versus Arizona”.

            A modo de conclusión, debemos tener en cuenta que muchas de las novelas y de los novelistas podrían ser incluidos en más de una tendencia. Así, son dos los aspectos más significativos de la novela española en los últimos treinta años: el carácter aglutinador (acoge prácticamente todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales); y la individualidad (cada novelista elige la orientación que le resulta más adecuada para encontrar un estilo propio con el que expresar su mundo personal y su particular visión de la realidad).

LITERATURA LATINA


LA POESÍA ÉPICA

            Se entiende por épica aquellas manifestaciones literarias de carácter narrativo que cuentan con lenguaje solemne las hazañas legendarias de héroes o los orígenes míticos de un pueblo. En un principio, estas composiciones fueron de transmisión oral, siendo puestas más tarde por escrito. A partir de la “Ilíada” y la “Odisea” de Homero surgió una épica culta que pasó a ser obra de un único autor, manteniéndose la utilización de epítetos. En cuanto a los personajes, estas obras se fundan en la existencia de un héroe que exalta los valores de una nacionalidad. Las partes de las epopeyas son: proposición (breve enunciado del asunto que ha de tratarse), invocación (se acude a la divinidad) y narración (contiene el relato de los hechos). El estilo épico es elevado y solemne, y se utiliza el hexámetro dactílico. La épica romana tiene tres características: influencia homérica, utilización de la historia nacional como argumento épico e influencia de la poesía alejandrina.

            En la épica arcaica sobresalen tres autores: Livio Andrónico (realizó una versión libre de la Odisea, dando a conocer los poemas homéricos), Nevio (autor de “Bellum Punicum”, primera epopeya nacional romana) y Ennio (es autor de “Annales” y en su obra destaca un sentimiento de amor y admiración por Roma).

            Con respecto a la épica de la época de Augusto, destacan dos obras: la “Eneida” de Virgilio y las “Metamorfosis” de Ovidio. La “Eneida” es el poema épico latino por excelencia. Narra las aventuras de Eneas desde la caída de Troya hasta su asentamiento en Italia. Esta obra presenta características políticas (glorifica a la familia Julia y es el gran poema nacional romano, en el que toda Italia forma parte de los acontecimientos), literarias (destaca la adopción perfecta del hexámetro, la imitación a Homero, la extraordinaria perfección estilística y métrica, la cuidada selección de términos, y el gran dramatismo) y religiosas (Eneas llega a Italia por voluntad divina y destaca el enaltecimiento de sentimientos piadosos y religiosos). En la “Eneida”, Virgilio logra unir el presente y el pasado, así como la historia y la leyenda. Es una obra de gran humanidad en la que por vez primera se insertan en la narración tonos literarios dramáticos y líricos. Aunque Virgilio imita a Homero, se diferencia de él en que es un poeta erudito: su obra es producto del estudio de diversas fuentes. Sin embargo, Virgilio ha sido criticado por el tratamiento de los personajes, en especial el de Eneas, por considerarse fría y atento solamente a la voluntad divina. Con respecto a las “Metamorfosis” de Ovidio, diremos que es una obra épico-mitológica en la que se reúne una selección de mitos en los que existe algún tipo de transformación (como las de Dafne, Atlas, Narciso, Ícaro…). En ella se produce una negación del estilo virgiliano, y destaca una total humanización de los dioses, que en ocasiones son tratados con ironía. Sobresale también el análisis psicológico de los personajes, rasgo de la nueva épica iniciado ya por Virgilio. El estilo de Ovidio en sus “Metamorfosis” es barroco en su elaboración retórica.

            Finalmente, en la épica neroniana sobresale Lucano, autor de “La Farsalia”, poema épico-histórico cuyo tema principal es la guerra civil entre César y Pompeyo. Esta obra es exclusivamente histórica, y en ella se renuncia a los elementos míticos tradicionales. Así, en general, es una realización anticlásica, en la que los cambios respecto a la tradición son: el ya comentado cambio temático, la ausencia de dioses, la explicación de los acontecimientos de forma racional, el hecho de estar dedicado a Nerón y la inexistencia de un héroe unívoco. El estilo empleado por Lucano es retórico.

LA POESÍA LÍRICA

            En la literatura latina, la poesía lírica se caracterizó por su carácter subjetivo (puesto que el poeta vierte sus experiencias personales, surgiendo una poesía intimista) y por la gran variedad de metros y estrofas (basados en el número de sílabas más que en la alternancia de largas y breves). Estas composiciones empezaron a realizarse a finales del siglo II a. C., agrupándose los primeros poetas en el llamado círculo de Lutacio Catulo. En el segundo tercio del siglo I a. C. surgió en Roma una corriente literaria que rechazó la poesía tradicional y se decantó por el subjetivismo, apareciendo los “poetae novi”, que reclamaban: poemas cortos, temas de mitología y amor (con aprecio por los detalles familiares), perfección métrica (introducen los versos alejandrinos), lenguaje selecto y terminología culta.

            Entre los autores líricos destacaron Catulo y Horacio. Catulo fue el verdadero creador de la lírica romana y sobresalió por “Carmina”, obra que consta de 116 poemas ordenados en tres secciones: I – LX (son “nugae” o bagatelas, en las que trata temas de la vida cotidiana), LXI – LXVIII (son poemas doctos de tema mitológico) y LXIX – CXVI (son epigramas que tratan de la vida diaria). Entre estas composiciones destacan los poemas amorosos que el autor dedica a Lesbia, con la que tuvo romances y odios. En el lenguaje de Catulo destaca la mezcla de elementos cultos y populares, la abundancia de diminutivos y la búsqueda constante de la perfección. Con respecto a Horacio, diremos que escribió una poesía refinada que influyó en poetas españoles del Renacimiento y en la que sobresalen obras como: las “Odas” (104 composiciones de temas variados y destinatarios diversos, en las que destaca la perfección estilística y la presencia de ideas como la “aurea mediocritas” o el “carpe diem”), “Epodos” (17 poemas de tono irónico) y las “Sátiras” (18 composiciones de contenido diverso).

            Otro autor destacado fue Ovidio, cuya producción literaria es difícil de clasificar por géneros. Entre sus obras amorosas destacan: “Amores” (narra una fingida relación amorosa con Corina), “Ars Amandi” o “El arte de amar” (obra en la que da consejos a hombres y mujeres para seducir a personas del género opuesto), “Remedia amoris” o “Los remedios del amor” (es una especie de antídoto contra la anterior obra) y “Medicamina faciei femineae” o “Cosméticos para el rostro femenino” (pequeño poema sobre la cosmética). Entre sus obras dolorosas sobresalen: “Tristia” o “Tristezas” (narra su despedida de Roma y su triste exilio) y “Epistulae ex Ponto” o “Cartas desde el Ponto” (cuatro libros de cartas en las que lanza súplicas para conseguir su regreso a Roma).

LA ELEGÍA ROMANA

            La elegía romana se caracterizó por la expresión de sentimientos personales e incluso autobiográficos. Mientras que en Grecia las elegías son composiciones menos personales y más objetivas, en Roma encontramos un tono subjetivo y amoroso. Así, lo que verdaderamente definió la elegía fue su métrica, es decir, la utilización del dístico elegíaco. En época de Augusto surgió la gran elegía romana, de tema amoroso personal, y, con Ovidio, apareció la elegía dolorosa (aunque en la obra de Catulo ya aparecieran prefiguradas tanto la elegía amorosa personal como la elegía de tipo doloroso).

            Entre los autores elegíacos latinos destacan: Catulo (cuyo poema LXVIII ya puede considerarse una gran elegía), Galo (considerado el inventor de la elegía romana), Tibulo (al que se atribuyen tres libros de elegías, en los que destaca la expresión sincera del amor, el gusto por el campo y la actitud antimilitarista), Propercio (escribió cuatro libros de elegías: en el primero trata su relación amorosa con Cintia, en la que hay deseos insatisfechos, celos y lances amorosos;  y en el cuarto libro incluye elegías de tema patriótico en las que el autor se pone al servicio de las ideas de la restauración) y Ovidio. Podemos clasificar la producción elegíaca de este último en dos etapas, pues, en su juventud, escribió elegías amorosas y, en su madurez, elegías dolorosas. Entre sus elegías amorosas destacan: “Amores” (narra una fingida relación amorosa con Corina), “Ars Amandi” o “El arte de amar” (obra en la que da consejos a hombres y mujeres para seducir a personas del género opuesto), “Remedia amoris” o “Los remedios del amor” (es una especie de antídoto contra la anterior obra) y “Medicamina faciei femineae” o “Cosméticos para el rostro femenino” (pequeño poema sobre la cosmética). Entre sus elegías dolorosas sobresalen: “Tristia” o “Tristezas” (narra su despedida de Roma y su triste exilio) y “Epistulae ex Ponto” o “Cartas desde el Ponto” (cuatro libros de cartas en las que lanza súplicas para conseguir su regreso a Roma).

EL TEATRO ROMANO

            En el origen del teatro romano destacaron estos elementos: los “versos fescenninos” (de carácter burlesco), la fábula Atellana (especie de drama improvisado), las danzas imitativas y los cantos burlescos, las danzas etruscas (bailadas por histriones), las saturae (espectáculos de “variedades”), y el teatro griego. Aunque las primeras obras romanas fueron tan sólo traducciones de obras griegas, con el tiempo dejaron de ser simples traducciones, manteniéndose los temas y ambientes griegos, pero introduciéndose variaciones a través del contaminatio (superposición de obras). Así, prescindieron de características griegas y añadieron otras, siendo los dramas romanos producto de una imitación creadora.

            Gran parte de las representaciones tuvieron un carácter ritual, convirtiéndose muy pronto en espectáculos públicos con un carácter eminentemente popular. Los espectáculos eran vistos como algo efímero, interpretándose las obras sólo una vez. Todos los tipos de representaciones se denominaban “fabula”, existiendo cuatro tipos: fabula cothurnata (tragedia de argumento griego), fabula praetexta (tragedia de argumento romano), fabula palliata (comedia de ambiente griego) y fabula togata (comedia de tema romano). En el siglo I a. C. se puso de moda la fabula trabeata (drama de ambiente propio de la clase media romana), representándose también la primitiva Atellana y el mimo.

            La tragedia se caracterizó por: los personajes son héroes; hay una tendencia hacia lo horrible y el melodrama; el lenguaje es grandioso; no innova respecto a la estructura griega; y su finalidad es conmover. La comedia, por su parte, se caracterizó por: los protagonistas suelen ser esclavos; la historia, llena de enredos, plasma los obstáculos que tiene que vencer el amor de dos jóvenes; el lenguaje es coloquial y vulgar; innova respecto a la estructura griega, desapareciendo el coro; y su finalidad es instruir y hacer reír. El teatro latino siempre es en verso y abunda el senario yámbico.

            Entre los autores teatrales latinos, destacaron primeramente tres dramaturgos primitivos que cultivaron tanto comedia como tragedia: Livio Andrónico (tradujo una comedia y tragedia griegas), Nevio (escribió fábulas palliatae y praetextae, creando la fabula togata) y Ennio (fue más tardío). A partir de este, los autores se especializaron en escribir o tragedia o comedia, destacando: Plauto (autor de fabulas paliatae, caracterizados por: busca captar el favor del espectador a través de la “captatio benevolentiae”; sus obras son “comedias de enredo”; utiliza palabras vulgares y chistes; alude a costumbres e instituciones latinas, satirizando a personajes tópicos; tiene un gran talento poético y sentido del ritmo; y destaca por “Los cautivos”, “El soldado fanfarrón” o “Comedia de los asnos”), Terencio (autor de comedias caracterizado por: es más sensible, refinado y reflexivo; su lenguaje es más cuidado y elegante; recurre a la contaminatio, dando a los personajes rasgos personales; tiene una intención moralizante; y destaca por “El eunuco”, “La suegra” y “Los hermanos”) y Séneca (autor de tragedias caracterizado por: refleja sus ideas filosóficas y su moral estoica; su estilo resulta excesivamente retórico; y destaca por “Agamenón”, “Edipo”, “Hércules enfurecido”, “Medea” o “Fedra”).

HISTORIOGRAFÍA

            La historiografía tiene como objetivo el estudio y la narración de los hechos del pasado, siendo el género en prosa más importante de Roma. Fue menor rigurosa que la griega y de intención más moralizante, sirviendo como instrumento para transmitir un juicio o unas ideas políticas. Así, emplearon no sólo la selección y presentación de los hechos, sino también la manifestación de sus opiniones.

            Como fuentes para la historiografía, existieron: textos públicos (como: los archivos de los colegios sacerdotales o los documentos oficiales) y textos privados (como archivos familiares o “laudationes fúnebres”). Polibio escribió varios libros sobre la historia de Roma y las campañas de Escipión, sirviendo de fuente para diversos historiadores romanos posteriores. De Tucídides, los romanos tomaron el sentido moral de la historia.

            En la época de la República, aparecieron los primeros historiadores romanos: los analistas, que narraban los acontecimientos por orden cronológico y muchos de ellos en griego. El historiador más antiguo fue M. Porcio Catón, llamado “el Censor” y autor de “Orígenes”. Sin embargo, habría que esperar al siglo I a. C. para encontrar a los primeros historiadores importantes: Julio César (es autor de “comentarios” de finalidad política, como propaganda de sí mismo, destacando “La Guerra de las Galias” y “La Guerra Civil”) y Salustio (en sus obras adopta una actitud moralista, destacando sus retratos y sus discursos, y escribiendo varias monografías históricas, como: “La Conjuración de Catilina” y “La Guerra de Yugurta”).

            En la época imperial, se acentuó el carácter político y moralizante de la historiografía latina. Los principales historiadores del periodo fueron: Tito Livio (en su obra idealiza el periodo de Octavio Augusto, destacando por “Ab urbe condita”, “Desde la fundación de la ciudad”, una historia general de Roma que abarca desde su fundación hasta la época de Augusto) y Tácito (en sus obras siguió el procedimiento propio de la historiografía romana de exponer los hechos aña tras año, siendo un historiador muy riguroso, quizás el mejor en Roma, y destacando por “Los Annales” y “Las Historias”).

ORATORIA

            La oratoria se define como el “arte de hablar en público” y el dominio de dicho arte recibía el nombre de “eloquentia”. Del mismo modo, la teoría en la que se basaba la oratoria se llamaba “rhetorica”. Como características de este género podemos enunciar: buscaba la corrección y la belleza para tratar de agradar y persuadir; impregnaba gran parte de la vida pública en Roma; en un principio, se basó en la improvisación; era utilizada como instrumento educativo, pues permitía el desarrollo de la prosa y de la reflexión teórica y retórica; y, en su evolución, tuvo una importancia decisiva la progresiva helenización de la vida romana. En el mundo romano, la oratoria comenzó a adquirir una importancia decisiva a mediados del siglo II a. C., pues se convierte, junto con la gramática, en la base indispensable de la educación y en elemento necesario en la preparación para la vida política o el ejercicio de la abogacía.

            La retórica convirtió la práctica de la oratoria en un arte perfectamente reglado, cuyos principales principios fueron: la elaboración de discursos siguiendo un determinado esquema (cuyas fases eran: la “inventio” o investigación; la “dispositio” u ordenación; la “elocutio” o redacción; la “memoria”; y la “actio” o actuación); la distinción de tres géneros según la finalidad del discurso (estos eran: “genus laudativum”, “genus deliberativum” y “genus iudiciale”); y la adecuación del estilo y tono a los distintos géneros (dicho estilo podía ser elevado, medio o elegante). En el ámbito de la retórica, destacaron tres escuelas: escuela ática (propugnaba un tipo de oratoria espontánea, carente de artificio y completa en la exposición de los hechos), escuela asiánica (se caracterizaba por buscar la exuberancia y la imaginación) y escuela rodia (de estilo más moderado que la asiánica).

            La oratoria romana tiene a su principal exponente en Cicerón, existiendo también una oratoria anterior y posterior a este autor. Respecto a la oratoria preciceroniana, diremos que la conocemos por escasos fragmentos y referencias indirectas, que encontramos en obras de Gelio o del propio Cicerón. Cicerón habla de Apio Claudio el Ciego como el primer orador del que tenemos noticias, y Gelio habla de Publio Cornelio Escipión. Sin embargo, fue Catón el Censor el primer orador conocido, que tuvo diversos rivales, como Escipión Emiliano o Lelio. Otros importantes oradores fueron los hermanos Gracos y, tras ellos, Marco Antonio y Licinio Craso. Cicerón también nos habla de Hortensio, su principal rival, y del propio Julio César, al que tiene en gran estima.

            Cicerón, el más destacado orador romano, pronunció infinidad de discursos de todo tipo y fue también destacado como teórico de la oratoria. Podemos diferenciar sus discursos en dos tipos: discursos judiciales, que fueron pronunciados por él como abogado tanto defensor (es el caso de “Pro Archia poeta”, “Pro Roscio”, “Pro Murena” o “Pro Milone”) como acusador (destacan las “Verrinas”, pronunciadas contra Verres); y discursos de tipo político, que fueron pronunciados frente al Senado o la Asamblea del pueblo, destacando “Las Catilinarias” (contra Catilina) y “Las Filípicas” (contra Marco Antonio). Como teórico de la oratoria, Cicerón fue la máxima autoridad en Roma. Entre sus tratados de retórica destacan: “De oratore” (desarrolla sus ideas sobre la formación de un orador) y “Orator” (afirma que el orador ideal es el que domine los tres estilos y establece distintas partes para el discurso: “exordio” o introducción, narración, confirmación y peroración o conclusión). Escribió también una historia de la oratoria latina, titulada “Brutus”.

            Por último, hay que destacar la oratoria y la retórica de la época imperial. Por una parte, la oratoria se convirtió en un mero ejercicio para aprender a hablar bien y, más adelante, en un medio de adulación hacia el emperador. Destacó Plinio el Joven y, al final del Imperio, la oratoria brilló sobre todo en el ámbito eclesiástico, gracias a los sermones de los llamados “padres de la Iglesia”. Por otro lado, en el ámbito de la retorica abundaron las escuelas y los “rhetores” que escribieron manuales sobre el asunto, destacando Séneca “el retórico” y Quintiliano, autor de “Institutio oratoria”. También comenzó en el ámbito de la retórica el historiador Tácito, autor de “Dialogus de oratoribus”.